domingo, 29 de enero de 2023

LA TARA

 (Publicado en prensa)



Entre otras, el sociópata tiene la habilidad de colarse en la sociedad como un elemento de normalidad social. El auge de las redes sociales nos ha brindado una evidencia: que buena parte de la población mundial está para que la encierren bajo llave y bajo medicación específica. Antes, cuando no existía Internet –ese invento creado a medias por Dios y a medias por el Diablo-, salías a la calle y, en tu inocencia, pensabas que la gente era convencionalmente normal, al menos dentro de lo raro que somos todos, y dabas por hecho que las mentes funcionaban más o menos bien, dentro de lo bien que puede funcionar una mente humana, pero, de repente, una ola de sociopatía se hizo palmaria en varios frentes: en la sección de comentarios de la edición digital de los periódicos, en Twitter y en Facebook, en Instagram e incluso en TikTok, pongamos por caso, donde las muchedumbres hasta entonces silenciosas optaron por dar rienda suelta a sus perturbaciones, aunque, eso sí, por lo general bajo pseudónimo, pues el sociópata tendrá algunos defectos, como todo el mundo, pero no el de responsabilizarse en público de sus opiniones taradas, y de ahí quizá su afición al anonimato.

         Comoquiera que la humanidad está involucrada en un proceso imparable y creciente de perfeccionamiento, esa sociopatía no ha parado de progresar, y en los últimos tiempos se ha hecho fuerte en un ámbito en el que se dan las mejores condiciones para su desarrollo: la política. Si a esa idoneidad de las condiciones sumamos el hecho de que los profesionales de ese gremio están ahora –en el caso de que no lo estén siempre- en precampaña electoral, el panorama resulta inmejorable.

         A estas alturas de la Historia, creo que el sentido común nos advierte de que podemos dar por perdidos los ideales de concordia y de equilibrio entre intereses sociales, ya que el único contrato social que hemos firmado a lo largo de los siglos es en el fondo un contrato leonino, por no decir que se trata en realidad de un contrato basura: el contrato del sálvese quien pueda.

         No sé si la clase política cae de vez en cuando en la cuenta de que la teatralización sobreactuada de la discordia acaba volviéndose en su contra, ya que una sociedad crispada representa un riesgo ideológico por su falta precisamente de ideología, al predisponerla de ese modo en favor de los profetas del orden, que suelen acaban siendo los operarios del caos. La trifulca constante puede ser un espectáculo entretenido, pero solo hasta cierto punto: llega un momento en que asquea un poco, en parte –supongo- porque evidencia nuestro fracaso como colectividad, una colectividad que tal vez preferiría armonizarse a dislocarse.

         Pero, en fin, ellos sabrán.


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lunes, 16 de enero de 2023

ACTUALIDADES

 (Publicado en prensa)


El plagio brasileño del asalto al Capitolio de EEUU tenía un componente épico: esas hordas que lucían mayoritariamente la camiseta de su selección nacional de fútbol, supongo que como metáfora del gol que pretendían marcarle no ya al presidente Lula, sino a otras cosas un poco más abstractas: a la democracia, a la civilización e incluso me atrevería decir que a la salud mental. Si tu héroe político es Bolsonaro y resulta que pierde las elecciones, no te queda otro remedio que ponerte a romper cosas, cosas públicas, cosas simbólicamente significativas de la nación; es decir, cosas que también son tuyas, pero como si no lo fuesen, porque la barbarie es desinteresada: su único interés consiste en destruir. Mientras tanto, Bolsonaro se curaba en EEUU de una dolencia abdominal, provocada sin duda por el resultado de las últimas elecciones, que, cuando son malos, suelen traer eso: retortijones agudos, que se agravan cuando el que los padece se dedica a pensar con las tripas.

       Aquí, mientras tanto, andamos entretenidos con otras cuestiones. Por ejemplo: la secretaria de Estado de Igualdad está viviendo un calvario mediático por hacerse la graciosa en una tertulia televisiva, víctima de la confusión de manifestarse en un medio de repercusión pública no como la secretaria de Estado que es, sino con el mismo desparpajo con que podría comportarse en una despedida de soltera. Tras recurrir al viejo truco de fingirse la víctima de un complot, ha pedido disculpas, de modo que el universo ha recobrado la armonía.

   …O tal vez no tanto: ahí tenemos al vicepresidente castellanoleonés con lo del latido fetal y las ecografías en 4D como método nigromántico para que las mujeres que han decidido abortar desistan de pecar contra Dios, que es una de las funciones principales de un político del siglo XXI: procurar que el porcentaje  más bajo posible de la ciudadanía acabe tras la muerte en el infierno. No sé qué opinarán ustedes, pero eso de disfrutar de un gobernante retromedieval tiene su gracia y su exotismo, y no sería desdeñable la idea de que cada ayuntamiento contase con una Delegación de Edad Media y Reconquista.

         Pero, de repente, todo ha quedado oscurecido por la canción que Shakira ha dedicado a su exnovio futbolista. Ahí se ha abierto el Gran Debate: ¿se trata de una actitud ortodoxamente feminista de empoderamiento, de una rabieta de índole choni o bien de una muestra populachera de despecho? Hay diversidad de opiniones, como pasa con todo. Sea una cosa u otra, el desahogo le ha generado ya 21 millones de dólares. Por raro que parezca, es una buena noticia para todos los españoles: así podría pagar, sin que le doliese mucho el bolsillo, los 14.5 millones que Hacienda le reclama, y no por despecho, sino por presunto fraude fiscal.

    Vamos bien.


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lunes, 2 de enero de 2023