(Publicado en la prensa)
La demoscopia tiene una cosa en
común con la videncia: que a veces acierta y a veces no, aunque casi nunca
acierte del todo. Las elecciones andaluzas las ha ganado el PP con esa mayoría
absoluta a la que el partido aspiraba en sus sueños más dulces para no tener
que someterse a la pesadilla amarga que se le planteaba como alternativa: la
negociación con Vox para formar un gobierno de coalición en el que Vox sería el
caballo de Troya, con las riendas manejadas a distancia por Santiago Abascal en
su papel de jinete del Apocalipsis.
Dado que las
formaciones de izquierda se apresuraron a dejar claro durante la campaña que no
se abstendrían en la investidura para permitir un gobierno en minoría del PP,
la responsabilidad directa de la entrada de Vox en el gobierno andaluz hubiese
sido del PP, por supuesto, pero hubiese tenido como responsable subsidiario a las
izquierdas, en una muestra palmaria de la prevalencia del tacticismo partidista
frente al interés general. La oposición iba a divertirse mucho en el Parlamento
autonómico echándose las manos a la cabeza con las propuestas pintorescamente regresivas
de Vox, pero gran parte de la ciudadanía hubiese padecido las consecuencias
prácticas de esas propuestas. Nunca sabremos hasta qué punto el anuncio de esa
negativa ha fomentado el voto útil –o quizá, más exactamente, del miedo- entre
sectores indecisos, que suelen ser los que al final deciden los resultados.
Moreno
Bonilla –que hizo una campaña basada menos en un discurso que en una imagen- sabía
mejor que nadie que Vox, más que un socio, iba a ser un saboteador interno, y
esa parecía ser la esperanza de las izquierdas: que el gobierno andaluz se
desgastase hasta el límite del esperpento. Un esperpento ya desde el arranque:
la incorporación a un gobierno autonómico de un partido que promueve el
desmantelamiento de las autonomías. La consecución de una mayoría absoluta, que
casi todo el mundo daba por improbable, ha supuesto un triunfo para el PP, pero
también –quién lo diría- un respiro para muchos votantes progresistas.
Con
su falta de representación, C´s deja de ser el factor de moderación que Moreno
Bonilla se ha atribuido en exclusividad, en tanto que el candidato del PSOE
cumple con lo esperado: un político-antorcha para ser quemado a la espera de
tiempos mejores para las siglas en Andalucía, donde ha sido el partido ganador
durante casi cuatro décadas. Por su parte, la fragmentación de la izquierda de
ala dura, provocada por su batalla de personalismos y por su divergencia en los
detalles en detrimento de su conciliación en lo esencial, es un nuevo aviso
–nunca tenido en cuenta- de que la atomización únicamente aporta confusión,
dispersión y desencanto a su electorado potencial.
Se
abre, en fin, el telón.
Está fuera de toda duda que del millón y pico de votos que ha recibido Juanma Moreno (el PP NO) "se debe a personas que jamás debieron haberlo votado". Me refiero a personas mileuristas, a los de nóminas más alta pero insuficientes, a pensionistas, a personas que reciben subsidio social, a colectivos que luchan por normalizar su visualización social. En resumen, jamás deben votar a un partido, el PP, que rima con Vox. ¿Por qué lo hacen? No lo sé. Yo, claro, como cualquier persona, tengo una opinión, pero presumo que tan equivocada como la de cualquier otra. Debe ser el alma (por decir algo fuera de nuestro conocimiento) la que se encargua de decidir a quién votar.
ResponderEliminarVotar ciego y sordo es una enfermedad incurable, me temo.
(¿cómo puede votar un empleado lo mismo que vota su jefe, el mismo que no le paga las horas extras, el mismo que lo maltrata a la más mínima ocasión, el mismo que sin conciencia lo pone de patitas en la calle si deja de interesarle, el mismo que se sustenta mejor si tú te caes, el mismo que no sabes cómo te llamas... Los mismos a los que vota su jefe defenderán sus intereses?