(Publicado en prensa)
Los analistas geopolíticos se afanan en desentrañar las causas de la invasión de Ucrania, pues no hay sinsentido que no admita un examen razonado, pero lo que resulta difícil es encontrarle -con geopolítica o sin ella- la más mínima justificación, en especial si partimos de la convicción de que una guerra, la gane quien la gane, la perdemos todos, al ser cualquier solución bélica un fracaso no sólo de nuestro concepto de civilización, sino también de nuestro concepto de mera humanidad.
A estas
alturas de la Historia, con su cúmulo de escarmientos, una guerra degrada al
género humano y lo sitúa a la altura del salvajismo, de la sinrazón y del
delirio. Hoy por hoy, la barbarie es más barbarie que nunca, entre otras cosas
porque parece comprobado que el recurso a la fuerza para solucionar un
conflicto deriva en una paradoja: la solución acaba siendo el problema.
Putin ni
siquiera se ha molestado en apoyar su guerra en un discurso acogido a la lógica
de la irracionalidad, ya que le han bastado los simples pretextos. Entre otros,
el de evitar un presunto genocidio en las zonas prorrusas del este de Ucrania,
aunque ha optado por evitarlo de una manera un tanto extravagante: llevando a
cabo un genocidio en el resto del país invadido, y a costa además de la vida de
un número considerable de soldados rusos, que han muerto o van a morir para
satisfacer el sueño megalómano de una mente criminal.
Nadie ignora
que la OTAN no se rige por el mismo código que un santuario budista ni que EEUU
tiene un largo historial de hipocresía y de vandalismo en su política exterior,
pero no parece oportuno en este momento recurrir al memorial de infamias
propias, sobre todo a partir del instante en que Putin, un narcisista embriagado
de poder y de sí mismo, ordenó activar el estado de alerta en el arsenal
nuclear ruso o, lo que es lo mismo, a amenazar al mundo con una destrucción a
gran escala. Dar ese paso supone cruzar la frontera del infierno. Resulta
complicado, en fin, aplicar parámetros de estrategia geopolítica a una
estrategia de apariencia meramente psicótica.
La enseñanza
más desoladora que nos proporciona esta guerra es la de la fragilidad de
nuestro mundo, de nuestra forma de vida y de nosotros, los espectadores de este
juego macabro en cuyo desencadenamiento y solución no pintamos nada y en el que
estamos implicados de lleno por vía tangencial. Tendemos a confiar nuestro
destino común en manos peligrosas y somos esos entes abstractos que votan de
vez en cuando como quien juega a la ruleta, incluida la rusa. Somos los extras que
padecen o mueren en medio de una obra teatral que escriben otros. Somos “la
gente”. Es decir, nadie.
.
Todas las relaciones, o casi todas, son de poder. Es fácil lamentarse como individuo del poco que ejercemos fuera de nuestro ámbito, sea cual fuere la extensión en el que nos veamos inmunes o poderosos. Pero la globalización introduce en esta ecuación un nuevo algoritmo. El de la masa crítica de internautas insatisfechos o concienzudos por la vertiginosa transmisión de la información. No es que haya mucha esperanza en la Humanidad por ello, pero la gente ya no es como era.
ResponderEliminarExtraordinario artículo: profundo, certero... Gracias.
ResponderEliminarComo espectador sigo la guerra al día por canales ucranianos y es increíble no sólo la destrucción , también el funcionamiento de los misiles javelin y similares y los drones turcos , son pura ciencia ficción , si vas en un tanque o un camión te incineran , las cifras de muertos son muy superiores ya que a los volatilizados hay que sumar los enterrados en los escombros .
ResponderEliminarPor otro lado pienso que Ucrania debería dejar salir a los padres de familia que así lo deseen , no sólo a los padres de familia numerosa , también debería dejar salir a menores de 25 años y mayores de 50 que quieran ser objetores de guerra .
La masacre continuará , estas locuras acaban muy mal
De acuerdo.
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