miércoles, 23 de febrero de 2022

LA CUOTA

 (Publicado en prensa)


Permítanme que me meta hoy en camisa de once varas, por mi desconocimiento técnico de lo que voy a tratar: la controvertida modificación de la cuota a la Seguridad Social por parte de los autónomos. Ese desconocimiento técnico se corresponde, no obstante, con un conocimiento práctico: llevo casi 30 años en ese colectivo, a menudo aportando una cuota mensual mayor que mis ingresos mensuales, sujetos no sólo a la irregularidad, sino también -y sobre todo- a la incertidumbre.

         En un principio, el Gobierno prometió la rebaja de la cuota, lo que tuvo como resultado paradójico la subida de la cuota. Gracias a esa subida, se supone que el autónomo adquirió un derecho que hasta entonces le estaba vedado: el derecho a enfermar. Es decir, la subida resultaba beneficiosa si tenías la suerte de caer enfermo, pero te resultaba gravosa en el caso de tener la mala suerte de estar sano.

         El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones -que da la impresión de ser proclive a la ocurrencia, y de ahí que a veces haya tenido que retractarse… o de que lo retracten- anda hecho un lío matemático con los autónomos, como consecuencia de lo cual los autónomos andan hecho un lío metafísico con el ministro.

         Hace unas semanas, propuso rebajar la cuota a las personas con ingresos más bajos y aumentarla a las personas con ingresos más altos, que es lo que se espera no ya de un ministro socialista, sino de un ministro con un sentido elemental y humanitario de la equidad contributiva. Pero se ve que cualquier ideología casa mal con las cuentas: ahora –esto cambia por momentos- propone una subida de 30 euros en la cuota de las personas con ingresos más bajos y una rebaja de 279 euros en la de las personas con ingresos más altos. Ahí la ideología no acierta uno a saber por dónde andará, y los parias de la tierra, la famélica legión, nos quedamos entre estupefactos y temblorosos.

         Para 2023, el ministro propone que un autónomo que tenga un rendimiento neto de 600 euros mensuales pague una cuota de 282 euros, con lo cual le quedarían 318 para cubrir sus necesidades básicas y para gastar el resto en lujos y caprichos.

No estoy seguro, pero, así las cosas, parece más ventajoso echar la persiana del negocio y acogerse al salario mínimo vital que perder el tiempo trabajando, ya que el hecho de trabajar para ganar menos que un parado es un sacrificio patriótico que no todo el mundo tiene el temple necesario para asumir.

De todas formas, no hay padecimiento sin consuelo ni remedio: la clave está en no dormirse en los laureles, sino en luchar contra los imponderables de la macroeconomía y del destino, en hacerse estajanovista y ganar 4000 euros al mes, ya que de ese modo la cuota se te queda en 352 euros y puedes disfrutar a tu antojo de los 3648 restantes, lo que te daría incluso para convidar a marisco a fin de mes, en un gesto de caridad gremial, a uno de los menesterosos y desidiosos colegas del tramo inferior, que se supone que, en una economía boyante, no ganan más porque no quieren.

         Resulta muy coherente que ese ministerio se denomine de Inclusión, de Seguridad Social y de Migraciones, porque lo que te pide el cuerpo es excluirte de su régimen inclusivo, asumir con resignación tu inseguridad antisocial y emigrar, como antiguamente, en fin, a Alemania.


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domingo, 6 de febrero de 2022

TRÁMITES

 (Publicado ayer en prensa)


En nuestros días, hay pocas emociones tan intensas como la de intentar resolver un trámite administrativo por vía telemática.

Por no se sabe qué motivo, nuestros gobernantes suponen que quien más y quien menos es un experto informático y un habilidoso internauta, tal vez porque las historias de ciencia-ficción daban por hecho que, a estas alturas del siglo XXI, nos moveríamos por nuestras ciudades y pueblos en aeronaves aerodinámicas y llevaríamos trajes anatómicos de tejido plateado. No hace falta decir que esas predicciones no se han cumplido, al menos en el momento en que escribo estas líneas, pero parece ser que la obligación del manejo popular de Internet viene a servir de consuelo para esa decepción.

         Entra uno en la página de algún organismo público y de inmediato empieza la aventura, muy parecida a la de adentrarse en una pirámide maldita repleta de trampas, de pasadizos engañosos que no llevan a ninguna parte, de laberintos que te devuelven al punto de partida y de cámaras herméticas en la que no sabes cómo has entrado ni cómo salir.

Para empezar, lo difícil es empezar: encontrar el apartado que buscas, que es algo que puedes lograr de tres maneras: 1) por intuición, 2) por azar y 3) mediante el método de hacer clic en todas las casillas hasta que des con la tuya.

Lo frecuente es que, durante el proceso, acabe uno maldiciendo al organismo en cuestión como ente abstracto y a los programadores como entes anónimos, aunque algo más concretos que el organismo en sí. (Algo es algo). Se imagina uno a esos programadores en el instante de colocar sus trampas. Por ejemplo: “Una vez que el usuario haya rellenado sus datos, pon una casilla en la que se le pida si se acoge al protocolo XBY o al DXL”, le indica el programador jefe a su ayudante, que le pregunta: "¿Y qué es eso?”. El jefe le responde: “Nada, pero así le creas la angustia de la indecisión”. Como no hace falta decir, tanto si eliges la casilla del protocolo XBY como la del DXL, te saldrá una ventana emergente para advertirte de que se ha producido un error de reconocimiento del requisito 135, de modo que tendrás que volver a la página de inicio, donde teclearás tus datos de nuevo, pues ese retroceso los habrá borrado. ¿Y? Pues lo lógico: una vez cumplimentados tus datos por segunda vez, de nuevo te dará error en lo del 135. Pinchas en AYUDA para enterarte de qué es con exactitud el requisito 135, y allí te lo explican amablemente: “Para verificar sus datos, adjunte archivo de identificación 156 en formato VTV o JXLI”, así que vuelves a pinchar en AYUDA para consultar en qué se diferencian esos formatos: “Seleccione interfaz de procesamiento correlativo en función de su IPTR. No válido en PC2W”.

De manera que te vas a la cocina, coges una cacerola, te la colocas bocabajo entre las piernas y te pones a aporrearla como si fuese un tantán, aullando para ahuyentar a los demonios telemáticos que se te han colado en la casa.

Nostálgico, en fin, de la vida salvaje, en la que la firma digital consistía en dejar la huella de tu mano en el muro de la cueva.


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