(Las elecubraciones de mis conspiranoicos antes de la comercialización de las vacunas.)
(...) Por si fuese poco, ayer saltó la noticia de que Rusia dispone ya de una vacuna contra este famoso y controvertido coronavirus.
El presidente Putin ha proclamado a los cuatro vientos siberianos que
ha vacunado a su hija y que todo ha ido bien. De ser cierta esa temeridad, sólo
cabe cruzar los dedos para que la muchacha sobreviva a ese envenenamiento celular
de efecto impredecible y que tanto su ADN como su ARN no le monten por dentro
del organismo un aquelarre biológico degenerativo.
Pero lo peor no es eso, aun siendo bastante malo, en especial para la muchacha
en cuestión, sino la evidencia de que en el fondo todo se reduce a una guerra
comercial y a la vez a una guerra de vanidad: Putin se ha adelantado a Bill
Gates, y eso es algo que el americano de Seattle –conociéndolo como le conocemos-
no va a pasar por alto.
Su reacción puede ser tan enérgica como imprevisible.
Estamos en el momento, en definitiva, del gran choque de los grandes
egos.
Y esos choques, según nos enseña la Historia Universal, son los que
acaban resquebrajando, como quien no quiera la cosa, el mundo: todas las
grandes guerras son, en esencia, guerras entre grandes egos, no entre países,
porque a ver qué le importaba a un campesino polaco que lo esclavizara un
paisano suyo o un alemán.
Pero lo raro es que China no haya patentado
aún una vacuna (incluso Cuba, donde no disponen ni de aspirinas, anuncia tener la
suya en fase avanzada), en especial si consideramos que todos los indicios
apuntan a que ellos son los propagadores estratégicos del virus, de modo que la
creación de la vacuna hubo de ser paralela, como es lógico y prudente a todos los niveles estatales, y como ha
quedado dicho en razonamientos anteriores, a la del virus en cuestión.
“¿A qué espera China?”, se pregunta,
atónito, el orbe, concienzado ya de su dependencia sanitaria del gigante
asiático, que no ha contaminado el mundo con este virus para vendernos más
unidades de esos gatitos dorados que hacen el saludo comunista, aunque en
realidad son felinos japoneses, sino para que nos veamos obligados a comprarles
lo que quiera que sea que les echen a unos recipientes etiquetados como VACUNA
UNIVERSAL, cuando todo el mundo sabe que el funcionamiento biomolecular de un
chino –ADN, etcétera- no es igual que el de un indígena sudamericano, de modo
que lo que a uno puede matarlo al otro puede dejarlo medio muerto.
¿A qué espera, sí, el susodicho gigante
asiático -donde la altura media de la población es de 1,65 centímetros?
Pues casi con toda probabilidad a que las demás vacunas resulten
fallidas y, una vez reconocido ese fracaso por todos los gobiernos del mapamundi,
con el coste de humillación patriótica que eso conllevará, los chinos puedan comercializar
la suya a precio de joya, como el pueblo oportunista y codicioso que es, lo que
hará que el PIB amarillo se dispare como un cohete, mientras que la economía del
mundo civilizado se hundirá como un topo.
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Putin tras meses de secretismo ha dicho que se puso la sputnik pero no se lo cree nadie, es un acto de fe pensar que un gran conspirador como él se ponga la vacuna.En Cuba mucho lirili y poco lerele , no parece que la vacuna llamada soberana haya hecho los milagros prometidos .
ResponderEliminarPor otro lado Miguel Bosé ha resucitado con mucha fuerza , y se le ve muy seguro desde que tiene de aliado al prestigioso curandero Pimies, parece que el conspiracionismo está en auge, y ahí están los cohetes de Bezzos, Branson y Musk para recordarnos que los humanos somos soñadores y surrealistas y/o conspiranoicos si se da la ocasión