Según nos alientan quienes saben de eso, la economía se recuperará en cuanto pasemos de estar controlados por el virus a controlar nosotros el virus, al menos en la medida en que se deje controlar, que me temo que ya nunca será del todo.
De lo que no
puede estar uno seguro es de que, una vez recuperada la economía, recuperemos también
nuestros equilibrios emocionales, nuestro sentido de la sociabilidad o incluso
nuestros antiguos temores, que ahora han sido sustituidos por un único temor
global.
Aunque, bien
pensado, no hay nada que alcance a ser global: ahí tenemos, por ejemplo, a los
alegres negacionistas de la pandemia, esas mentes iluminadas por un dios
desconocido que dan por hecho que todo esto es un montaje para inocularnos un
chip con el pretexto de vacunarnos de un virus imaginario.
El proceso
psicológico es sin duda muy complejo, quizá porque la mente de un conspiranoico
es más compleja que una mente estándar: el conspiranoico ve cosas que los demás
no vemos, cabe suponer que en parte porque se trata de cosas inexistentes,
aunque quién sabe: de un mundo controlado por Bill Gates, por los masones y por
los illuminati puede uno esperarse
cualquier cosa. Incluso que la Tierra sea, en efecto, plana y que su presunta
redondez sea un invento de los fabricantes de globos terráqueos para hacer caja
a costa de la ingenuidad geológica de la gente.
Ya nada puede
sorprendernos, en fin. Ya nada. Hasta el punto de que piensa uno que la actitud
más sensata en estos momentos de incertidumbre consiste en convertirse en un
conspiranoico profesional: convencerse cuanto antes de que a Trump le han
robado las elecciones los globalistas, dar por hecho que el uso de mascarilla
destruye nuestro sistema inmunológico, sostener que los virus no existen y que
los pocos que puedan existir son engendros de laboratorio, llegar a la
conclusión de que nuestro gobierno actual aspira a imponer una dictadura
socialcomunista y proclamar que los chemtrails son fumigaciones de metales
pesados para hacernos estériles y así acabar de una vez por todas con la
Humanidad casi en pleno, una vez que se llegue a la conclusión científica de
que lo que pretenden los oligarcas disfrazados de filántropos es el exterminio
masivo de la población.
Convertirse en
un conspiranoico, en definitiva, sólo reporta ventajas: puedes negar de forma
categórica lo que diga un virólogo sobre los virus, lo que diga un epidemiólogo
sobre las epidemias y lo que diga un inmunólogo sobre las vacunas.
El único
inconveniente es que esa forma de sabiduría tiene muy restringido en nuestros
días su ámbito de difusión: la barra de los bares.
Pero, sea como
sea, ya saben ustedes: la clave básica está en el chip.
Empecemos por
eso.
ResponderEliminar¡La vida misma, Felipe!
Resurge la sabiduría de la barra del bar.
En esta historia el escéptico, como St Tomás sabía que si había llaga en la que poner el dedo, aunque no fuera una hendidura, contaría con un vestigio en el que creer. El negacionismo es un tipo de psicopatología epistemológica intratable. Después viene el crítico, a recoger los platos rotos de los malos gestores y tratar de recomponerlos. De los tres no me satisface ninguno, pues no arriban ni siquiera a tiempo para prevenir. Sólo el científico tenaz y comprometido, por ardua y frustrante que llegue a ser su tarea, me merece el crédito que los políticos, algunos políticos, le permitan merecerlo. Los conoceremos por su método, a los verdaderos científicos, y a los políticos por su capacidad de acertar al seguirlos.
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