lunes, 1 de junio de 2020

LA OTRA SABIDURÍA


A estas alturas, empezamos a tener algunas cosas claras, a saber: 1) que este virus fue creado en un laboratorio chino con la intención de diezmar a la población y, más concretamente, de quitarle el sueño a Donald Trump, 2) que el confinamiento ha sido una medida política encaminada a restringir nuestras libertades, con el fin de crear una dictadura comunista o bien capitalista, según las latitudes y, sobre todo, según lo que menos le guste a cada cual, 3) que Bill Gates financia la investigación de una vacuna para poder inyectarnos, de tapadillo, un microchip de control mental que nos induciría a comprar productos de Microsoft y, por otra parte, y dado que ese microchip transmitiría a una central de datos toda la información relativa a sus portadores,  para aplicarnos a distancia y a golpe de botón una eutanasia no consentida, 4) que el nuevo orden mundial estará regido por las corporaciones farmacéuticas, por las logias masónicas –con el papa de Roma entre sus cabecillas- y por los dueños de las redes sociales, 5) que esto es una simple gripe, 6) que todo consiste en una maniobra de los poderes financieros para arruinar a la gente, cabe suponer que para que los multimillonarios, a falta de clientes para sus negocios, no tengan que madrugar y poder disfrutar así de su dinero acumulado, 7) que este virus ha sido propagado por el todo el planeta mediante la fumigación aérea, 8) que el uso obligatorio de mascarilla es una medida encaminada a intoxicarnos de dióxido de carbono, 9) que, en realidad, este virus no existe. Y así sucesivamente.

         Esta crisis va a tener su secuencia: en un primer momento, el colapso sanitario; a continuación, el colapso económico y, como tercera fase, el colapso mental. La OMS advierte de un “incremento masivo” de los trastornos mentales en los tiempos venideros, aunque se trata de una advertencia que actúa sobre una evidencia: basta con asomarse a las redes sociales para comprobar que esa pandemia de psicopatologías no está por venir, sino que ya ha llegado, y con la misma capacidad de transmisión que el virus. Tampoco es ninguna sorpresa, dada nuestra inclinación a confundir la paranoia personal con la sabiduría universal, la sospecha íntima con la certeza categórica, el disparate privado con la lucidez incontestable. Nadie parece dispuesto, en definitiva, a renunciar a convertirse en oráculo, en profeta redentor del caos, en desvelador de las verdades secretas y maliciosamente ocultadas por… Por quien sea, aunque preferentemente por las altas jerarquías que manipulan y deciden, con afán exterminador, el curso de la humanidad.

         Pues muy bien.

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