A estas alturas, empezamos a
tener algunas cosas claras, a saber: 1) que este virus fue creado en un
laboratorio chino con la intención de diezmar a la población y, más concretamente,
de quitarle el sueño a Donald Trump, 2) que el confinamiento ha sido una medida
política encaminada a restringir nuestras libertades, con el fin de crear una
dictadura comunista o bien capitalista, según las latitudes y, sobre todo,
según lo que menos le guste a cada cual, 3) que Bill Gates financia la
investigación de una vacuna para poder inyectarnos, de tapadillo, un microchip
de control mental que nos induciría a comprar productos de Microsoft y, por
otra parte, y dado que ese microchip transmitiría a una central de datos toda
la información relativa a sus portadores,
para aplicarnos a distancia y a golpe de botón una eutanasia no
consentida, 4) que el nuevo orden mundial estará regido por las corporaciones
farmacéuticas, por las logias masónicas –con el papa de Roma entre sus cabecillas-
y por los dueños de las redes sociales, 5) que esto es una simple gripe, 6) que
todo consiste en una maniobra de los poderes financieros para arruinar a la gente,
cabe suponer que para que los multimillonarios, a falta de clientes para sus
negocios, no tengan que madrugar y poder disfrutar así de su dinero acumulado,
7) que este virus ha sido propagado por el todo el planeta mediante la
fumigación aérea, 8) que el uso obligatorio de mascarilla es una medida
encaminada a intoxicarnos de dióxido de carbono, 9) que, en realidad, este
virus no existe. Y así sucesivamente.
Esta
crisis va a tener su secuencia: en un primer momento, el colapso sanitario; a
continuación, el colapso económico y, como tercera fase, el colapso mental. La
OMS advierte de un “incremento masivo” de los trastornos mentales en los
tiempos venideros, aunque se trata de una advertencia que actúa sobre una
evidencia: basta con asomarse a las redes sociales para comprobar que esa
pandemia de psicopatologías no está por venir, sino que ya ha llegado, y con la
misma capacidad de transmisión que el virus. Tampoco es ninguna sorpresa, dada
nuestra inclinación a confundir la paranoia personal con la sabiduría
universal, la sospecha íntima con la certeza categórica, el disparate privado
con la lucidez incontestable. Nadie parece dispuesto, en definitiva, a
renunciar a convertirse en oráculo, en profeta redentor del caos, en desvelador
de las verdades secretas y maliciosamente ocultadas por… Por quien sea, aunque preferentemente
por las altas jerarquías que manipulan y deciden, con afán exterminador, el
curso de la humanidad.
Pues
muy bien.
.
Magnífico.
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