(Publicado ayer en prensa)
Resulta tan desconcertante
como preocupante el hecho de que un debate parlamentario sobre la eutanasia
acabe pareciendo un concilio Vaticano. Entiende uno que algunas ideologías
políticas tienen una base religiosa, pero los representantes de esas ideologías
deben entender también que, en un estado laico, aunque aún con rescoldos del
nacionalcatolicismo, las devociones no son ecuménicas, sino privadas, mientras
que los derechos civiles conviene que sean universales, se haga uso de ellos o
no por motivos de conciencia o de lo que corresponda.
La
legalización de la eutanasia no convierte al Estado en una “máquina de matar”,
según la apocalíptica VOX. Tampoco se trata, según quiere el PP, que en este
caso ha optado por trivializar los dramas ajenos en beneficio de la demagogia
propia, de una “solución final” para ir asesinando poco a poco a la población
adulta y, de ese modo, ahorrar en gasto sanitario y en pensiones. Oír esas
barbaridades en boca de unos parlamentarios provocaría risa si no provocase
estupor, por lo que tienen de argumentos tan sórdidos como desproporcionados:
no se trata de romper los frenos de los autobuses del Inserso, sino de la
regulación garantista de una cuestión humanitaria, como no haría falta decir.
Una ley de eutanasia no
implica –como tampoco haría falta decir- una invitación al suicidio,
entre otras razones porque el suicida no necesita leyes para suicidarse. Hay un
matiz: no todos quienes deciden dejar de vivir son en rigor suicidas, sino
personas que, sobrepasadas por el sufrimiento, renuncian a vivir porque
consideran que su vida está fuera de la vida. No es exactamente lo mismo
decidir matarse que tener derecho a decidir la propia muerte. Aparte de eso, el
deseo de morir puede ir unido, paradójicamente, a un gran apego a la vida: la
renuncia a la existencia desde la añoranza de una existencia que mereciera ese
nombre.
Oponerse a un derecho en el que entra en juego la
dignidad de la condición humana es oponerse a la realidad misma en beneficio de
una religiosidad intrusiva, ya que ningún dios pasa por las urnas. La hipótesis
de un orden divino, en suma, frente a unos hechos constatables. La moral
derivada de un supuesto supramundo frente a los dramas cotidianos de este
mundo. Hay quienes encuentran en la oración un consuelo para su desdicha, pero
hay quienes no, y, en una sociedad plural, ambas opciones deberían convivir sin
interferencias. Al fin y al cabo, muchos hemos vivido desde nuestra infancia
con la amenaza del infierno teológico, de modo que no estaría mal que los
promulgadores de esa amenaza reconocieran que hay quienes padecen el infierno
en vida. Y, de paso, que la vida consiste en gran parte en huir de los
infiernos, porque nacemos para vivir, no para morir día tras día sin más esperanza
que morir del todo.
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Amén.
ResponderEliminarLa eutanasia, bien regulada, es un derecho que pienso que ya se debería haber regulado hace mucho tiempo.
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