(Publicado ayer en prensa)
Si tuviésemos que sintetizar el
espíritu que rige los debates que se originan en las redes sociales, bastaría
con imaginar a alguien que escribe “Hoy me he levantado con dolor de cabeza” y
a otro alguien que le replica “No estoy de acuerdo”. Hay quien supone que las
redes sociales han promovido la idiotez, pero me temo que el asunto es más
simple: antes la idiotez era privada y ahora aspira a ser pública. Hemos
pasado, en fin, de la idiotez casi secreta a la idiotez exhibida.
Como
norma general, el idiota suele ser el que no piensa como nosotros, por idiotas
que seamos, y ahí se origina una guerra de idioteces antagónicas de la que sólo
sale victoriosa la idiotez como concepto genérico. En buena medida, esta
expansión de la idiotez se debe a una superstición intelectual: la de estar
convencidos de que todos los fenómenos del mundo están necesitados de nuestra
opinión, ya sea cualificada o intuitiva.
Históricamente,
el ser humano tiene vocación discrepante con respecto al resto de los seres
humanos, de modo que resulta imposible llegar a una conclusión unánime sobre,
qué sé yo, la manera de anudarse la corbata o de freír un huevo adecuadamente:
hay teorías variadas al respecto, y controversia.
El
último debate que ha enfrentado a parte de la población es el del mantenimiento
o no del horario veraniego durante todo el año. No puede decirse con propiedad
que se trate de un severo debate filosófico, pero no por ello deja de ser un
debate, que es de lo que se trata: disponer de algo sobre lo que no estar de
acuerdo con el mayor número posible de congéneres.
Entre
las muchas opiniones oídas y leídas al respecto, me ha conmovido una en especial.
Un reportero le puso el micrófono por delante a un joven que ofreció a los
televidentes una apreciación no sólo inesperada, sino antropológicamente
desgarradora: “Los canarios no podemos perder nuestra identidad”. No habíamos
caído en eso: en la pérdida irreparable de la tradicional coletilla “una hora
menos en Canarias”. Esa hora menos que, según el dictamen del joven canario,
sustenta la identidad de los isleños, que nacen y mueren una hora antes que los
peninsulares. El asunto presenta, como es natural, sus contradicciones, como
casi todo en esta vida: también los portugueses tienen una hora menos en sus
relojes, lo que equipararía la identidad canaria con la identidad portuguesa, extremo
que tal vez enredaría un poco más la ya de por sí enredada cuestión identitaria
ibérica.
Por
su parte, los gallegos, más cercanos que los canarios a la cultura lusa, alegan
que les amanecería muy tarde.
La
clave esencial del asunto la ha planteado la escritora y periodista vasca Txani
Rodríguez: “Entonces, los de izquierdas, ¿qué posición tenemos con respecto al
cambio horario?”. La broma es muy buena como tal broma, pero también muy seria,
porque el caso es que, a fuerza de opiniones, y hora más y hora menos, ya no
sabe uno demasiado bien ni qué opinar de sí mismo.
.
"En toda sociedad hay más locos que cuerdos, y la mayor parte siempre supera a la mejor."
ResponderEliminarMucho me temo que seguimos igual.
Me he reído bien. Gracias.
ResponderEliminar