lunes, 30 de julio de 2018

VIOLINES Y TAMBORES



(Publicado el sábado en prensa)


De las pocas cosas que uno aprende después de muchos años de escribir artículos en prensa es que no deben arriesgarse profecías, en parte por lo que la deriva de la realidad tiene de imprevisible, aunque sobre todo por lo que tiene de absurda. Pero, comoquiera que estamos en verano, que es una estación que propicia las irresponsabilidades, me atrevo a suponer que tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado tienen las horas muy contadas en sus flamantes ocupaciones.


            Como presidente del gobierno, Sánchez afronta un problema de solución difícil: presidir una empresa que a sus accionistas mayoritarios les interesa que entre en bancarrota, a no ser que demos por supuesto que a los partidos que le apoyaron en la moción de censura les conviene que una buena gestión gubernamental les arrebate votos en las próximas elecciones: la ingenuidad sólo acierta de vez en cuando. Y el caso es que a Sánchez le va bien, sobre todo porque, más que gobernar, está haciendo una campaña electoral anticipada desde el gobierno: una política de música de violines.


            Sobre el papel, se supone que los políticos están en su cargo para asegurar el bien común y no para asegurar el bien partidista, pero la suspicacia nos susurra que la alianza que puso en la calle al gobierno moralmente insostenible de Rajoy no se debió tanto al hartazgo moral –a fin de cuentas, el historial de corrupción del PP venía de muy largo- como a la impaciencia electoral: promover un gobierno transitorio y probar suerte en las urnas… en cuanto Ciudadanos cayese en las encuestas. De paso, se satisfacía el anhelo de Sánchez de dormir en la Moncloa, así fuese durante un par de meses, a pesar de su intención, hasta entonces no revelada, de convertirse en huésped fijo durante al menos el resto de la legislatura. Tras el cumplimiento de ese anhelo perentorio, el cuento de hadas empieza a desfigurarse, y la primera pesadilla le viene de Cataluña, con el grueso de sus dirigentes dispuestos a dialogar con el gobierno central en unos términos inmejorables: “O nuestra independencia o tu gobierno”.


            Por su parte, la elección de Casado como presidente del PP no deja de resultar coherente con la pintoresca trayectoria de ese partido: sentar en la poltrona suprema a alguien que muy posiblemente tendrá que sentarse en un banquillo judicial para dar explicaciones sobre su fulgurante expediente académico. Ni siquiera el precedente Cifuentes parece haberles servido no ya de escarmiento, sino ni siquiera de advertencia. Lo que se dice un espíritu aventurero, cuando no temerario.


            Y en esas andamos: en la política de la fragilidad. En unas expectativas sociales sostenidas por unos discursos estratégicos. En una coyuntura en que todo suena, como decía, a música de violines, pero en que ya se oyen, no muy lejanos, los tambores de guerra.

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