Comoquiera que la realidad es una
entelequia que cada cual interpreta a su modo y compone a su medida, estamos
obligados a buscar una armonización entre realidades si queremos que esas
realidades pierdan el plural y obtengamos un espacio de convivencia más o menos
razonable y llevadero. No es tarea sencilla, claro está. Hay quienes dicen
tener trato con extraterrestres, hay quienes consideran que las vacunas
propician enfermedades, hay quienes hablan con los seres del trasmundo, hay
quienes aseguran que, tras la muerte, serán recompensados con una pandilla de
vírgenes o bien con una vida eterna y virginal, hay quienes sostienen científicamente
que la Tierra
no es redonda, hay quienes sienten devoción por san Pancracio o por Vishnu, hay
quienes están convencidos de que nuestros gobiernos nos fumigan con agentes
químicos… Hay, en fin, de todo, y casi todo de calidad.
Según
las épocas, el pensamiento irracional goza de una implantación variable, aunque
hay que reconocer que las creencias religiosas, con sus más y sus menos, tienen
una capacidad de adaptación a las circunstancias y una resistencia al progreso
que las convierten en consustanciales a la condición humana: mientras haya mortales
habrá dioses.
En
nuestros días, asistimos al debate sobre otra creencia de índole sagrada: el
nacionalismo –y derivados-, que, forzando apenas un poco las cosas, puede
interpretarse como la renovación del culto a la Madre Tierra, aunque con
argumentos aparentemente laicos. Y digo “aparentemente” porque se trata en esencia
de un sentir religioso, y como tal basado en la fe, y, como tal fe, situado por
encima de los argumentos políticos, de las convenciones jurídicas, de la
demoscopia, de la realidad y de la razón: una suprarrealidad.
Dado que una
fe no admite contraargumentos, los argumentos contrarios al nacionalismo corren
el riesgo de verse acusados de fascismo, de traición o de agresión a una causa
legitimada por sí misma: quien cree en un dios no está capacitado para dudar de
la existencia de ese dios, del mismo modo que quien cree en un concepto supremo
no puede rebajarse al acatamiento de unos conceptos subalternos, como por
ejemplo las leyes.
No
podemos saber qué proyecta cada cual en su sentir patriótico, al no ser un
sentimiento unánime, sino una sugestión personalizada, lo que no supone un
obstáculo para que se presente como un afán colectivo que puede englobar tanto
al neoliberal como al retrorradical. La magia, en fin, de las quimeras
abstractas.
Quienes
exigen una solución política para este conflicto es posible que estén confundiendo
la diana, ya que no se trata en esencia de una cuestión política, sino de una
cuestión de fe: la imposición de un dogma, así seas creyente o agnóstico, y las
controversias teológicas tienen una solución difícil. Al menos en este valle de
lágrimas. Pero suerte.
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Amén, y nunca mejor dicho...
ResponderEliminareFlipe, a ti que sabes poner en evidencia disparatadamete los disparates, esto te interesará:
ResponderEliminarhttps://politica.elpais.com/politica/2018/04/09/actualidad/1523268640_456207.html?id_externo_rsoc=TW_CC