(Publicado el sábado en la prensa)
El trance catalán puede verse
desde un ángulo pesimista (cuando un problema no tiene solución, la solución es
el mantenimiento del problema) o bien optimista (cuando un problema se presenta
como irresoluble, es señal de que la solución está en marcha). Lo prudente
sería situarse en una posición intermedia; es decir, en la perplejidad. En las
bulliciosas redes sociales se comprueba que la polarización de los razonamientos
populares los hace irreconciliables no sólo entre sí, sino con frecuencia
irreconciliables consigo mismos como tales razonamientos: andanadas en las que
se destierra el pensamiento en beneficio de la visceralidad no ya sólo
acrítica, sino incluso irracional, tanto por una parte como por la otra, hasta
el punto de que todo cuanto digas –e incluso lo que no- será utilizado en tu
contra, pues cualquier discusión no es ya que se convierta en un monólogo, sino
que tiene voluntad innegociable de monólogo: cuando se está convencido de tener
la razón, no se discute, sino que se exhibe lo indiscutible.
Tras
la espiral de reducciones al absurdo del Govern, tras la torpeza táctica de la
orden judicial de retirar las urnas (bastaba con invalidar el resultado, no el
instrumental) y tras la inconveniencia de las cargas policiales (la ley es sólida,
pero la realidad es líquida), muchos catalanes, confundiendo quizá Estado con
gobierno, han optado por la comodidad de los pensamientos elementales: “España
nos odia”, lo que, de ser así, desbordaría el territorio de la psicología para
invadir el de la parapsicología, pero no da la impresión de que estemos en la
era de los raciocinios, sino más bien en la de los dogmas improvisados sobre la
marcha y a ritmo de tuit.
No puede haber épica, en suma, sin antagonistas, así
lo sean abstractos, como abstracto es el ensueño de un pueblo oprimido
insidiosamente por los fantasmas con armadura de los siglos pretéritos, con la
agravante de que los descendientes de esos fantasmas sean sus compatriotas en
el presente, cuando no ellos mismos. Por lo demás, según la mentalidad del
patriota, el patriotero es siempre el otro, hasta el punto de que, llegado el
instante en que las banderas sustituyen al pensamiento, un símbolo de
interpretación tan múltiple como difuso se convierte en un contundente emblema
arrojadizo. No olvidemos, en fin, que los oligarcas siempre han tenido la
habilidad de hacer que las disputas entre oligarcas parezcan disputas entre
pueblos.
El
conflicto catalán es casi imposible que admita una solución externa, lo que resulta
preocupante en una medida asumible. Lo alarmante sería que no tuviese una
posibilidad de solución interna, y los síntomas indican que las cosas van por
ahí. Porque si das un paso hacia el abismo, es muy raro que acabes en un sitio
que no sea el abismo.
.
Magnífico.
ResponderEliminarCon la ventaja del hoy a esta hora se puede decir que se escapa al entendimiento la supuesta declaración de independencia proferida ayer, que hasta sus bases vieron engañosa, y razonablemente el Gobierno pregunta si hubo o no tal declaración; estamos en el borde del abismo, que es el de las palabras sin significado o sin función. No obstante, no es de extrañar que quienes construyeron todo este movimiento lo destruyan al faltarles naipes para alcanzar la cumbre; han empezado por darse cuenta de que se les cae, y además encima. Tal fracaso merece unas nuevas elecciones en Cataluña. A ver si son demócratas para eso al menos.
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