La simplificación de la realidad
suele derivar en un enmarañamiento de la realidad. Por ejemplo: unos ciudadanos
deciden sacar a la calle un autobús en el que exhiben esta argumentación: “Los
niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”. Las dos primeras
frases resultan –al menos de entrada- tan obvias como inobjetables; la tercera,
en cambio, la imperativa, es la que revela la carga ideológica. La carga
ideológica y también una dosis de misterio: ¿a quién van a engañar no ya los
niños con pene y las niñas con vulva, sino incluso los niños que quisieran
tener vulva y las niñas que quisieran tener pene? La campaña en contra de la
transexualidad infantil no sólo parte de la simplificación de un problema
complejo y del afán de resolver un conflicto real mediante un ideal imaginario,
sino que también implica la aplicación de unos principios morales abstractos a
un conflicto biológico concreto, además de propiciar la conversión de un drama
personal en una afrenta colectiva. Muy pervertido hay que tener el
entendimiento, en fin, para suponer que los niños transexuales son unos
pervertidos.
Pero
las simplificaciones de los conflictos no suelen ser unilaterales, de modo que la
simpleza consistente en prohibir la circulación de ese autobús discordante ha
tenido un efecto adverso: darle una visibilidad que nunca hubiera tenido de
haberse permitido su tránsito y convertir además a sus promotores en estrellas
mediáticas. Regalar un altavoz, en suma, al antagonista. Golpes de pecho al
margen, no nos engañemos: ni la circulación del autobús hubiera incrementado el
acoso a los niños transexuales ni la prohibición de que circulara va a
disminuir los índices de ese acoso. En un sistema con solidez democrática, las ideologías
con afanes impositivos, cuando resultan inoperantes, dejan de ser amenazas para
descender al rango de pintoresquismos testimoniales, y nos las podemos
permitir.
Acaban
de condenar a prisión a una joven transexual por difundir en Twitter unos
chistes bobalicones sobre el asesinato de Carrero Blanco. El asunto resulta
extraño se mire por donde se mire: ¿qué motiva a una casi adolescente a hacer
bromas retrospectivas sobre ese almirante? Imagino, no sé, que a una persona de
su edad Carrero Blanco debe de resultarle una figura histórica tan remota como
la del rey godo Chindasvinto, lo que no quita que la ley que le han aplicado sea
la de hoy. Una ley que no contempla como atenuante las paverías propias de la
edad del pavo.
¿Censuramos
un autobús por su supuesta incitación al odio y condenamos a una joven patosa
por hacer chistes infantiloides sobre un atentado de hace más de cuatro décadas?
Algo chirría en ambos casos. Y es que, como no conciliemos las divergencias
consustanciales a una sociedad ideológicamente diversificada, me temo que nos
vamos a liar.
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¿Nos vamos a liar, nos quieren confundir o es eso que ahora llaman maniobras de desinformación?
ResponderEliminarLos liantes son quienes la van a liar. Los liados seremos nosotros, para variar, por tontainas.
ResponderEliminarExcelente nota.
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