(Publicado ayer en prensa)
En su novela El hombre que fue Jueves, Chesterton concibió la fantasía de que el
cabecilla de los anarquistas londinenses resultase ser el jefe de la policía de
Londres. ¿Un ocioso disparate? Bueno, sí y no. Según una fuente que no puedo
desvelar, me consta que nuestros políticos son en realidad anarquistas
disfrazados de gobernantes, cada cual desempeñando su papel desde una trinchera
ficticia. Al parecer, se reúnen mensualmente en una cripta secreta que queda
por la parte de Móstoles y allí, con arreglo a decisiones asamblearias, trazan
estrategias de actuación y se reparten los papeles. “Camarada, te ha tocado
exigir la supresión de las diputaciones”, anuncia el portavoz de la asamblea.
“¿Por qué yo, con lo que me gusta una diputación provincial?”, protesta el
afectado. “Pues porque esto va así. De sacrificio”. En efecto, de sacrificios
va el asunto: “Camarada, tienes que dejarte melena y recogerte el pelo en una
cola de caballo”, le indican a uno. “Uf, no sé. Es que yo con melena voy a
parecer el Santísimo Cristo de la
Expiración”, y el portavoz le replica: “No te quejes. Acuérdate
del camarada al que le tocó representar la pantomima de ser nada menos que ministro
de Educación y lo obligamos a que se rapase la cabeza, como si fuese un skin head, y ni una queja salió de sus
labios”. O bien: “Pseudopresidenta andaluza, tienes que teñirte de rubio y
fingir que eres devota de la
Esperanza de Triana”. (Etcétera.)
Según
mi informador, nuestros políticos estelares persiguen no sólo el descrédito
global del Estado, sino también el descrédito particular de ellos mismos, para
así allanar el terreno a la utopía antiestatista. Porque se trata de eso: de
dinamitar la cosa desde dentro. Bum. Como Angiolillo. De ahí la proliferación
de políticos corruptos, que en realidad no son tales, sino mártires voluntarios
que, por el bien de la causa, se someten al oprobio público y a la cárcel
ignominiosa, tras simular delitos que escandalizan al populacho, que de ese
modo se escora al escepticismo y al cuñadismo, sustrato idóneo para el fermento
del credo anarquista, o al menos del mal humor colectivo, que tampoco está mal
como punto de partida para cualquier giro revolucionario.
Soy
consciente de que esta revelación resulta estremecedora, pero tiene la virtud
de hacer comprensible el momento político que padecemos, aparte de promover una
reanimación de la esperanza común: se acerca el día en que nuestros políticos
impostores, cuando consideren que es el momento histórico adecuado, se quitarán
la máscara para proclamar la instauración de un Estado anarquista, valga la
contradicción en los términos. Y los mártires saldrán de sus prisiones, con la
reprobación convertida en vítores. Y disfrutaremos de la armonía social. Y las
primeras en caer serán por supuesto las diputaciones.
.
Salud proletarios: Llegó el gran día;
ResponderEliminardejemos los antros de la explotación,
no ser más esclavos de la burguesía,
dejemos suspensa la producción.
Iguales derechos e iguales deberes
tenga por norma la sociedad,
y sobre la tierra los humanos seres
vivan felices en fraternidad. (Continuará)
Qué gozada de columna periodística. Tantas velas y rezos he dirigido para que el altísimo cuidase del mártir de sempiternas gafas de sol y gomina impuesta, que ya por fin lo van a poner de putitas en la calle.
ResponderEliminarEl fantasma de la canoa.
Cuidado que el PP quiere que se investiguen las escandalosas noticias, al parecer falsas, que circulan por las redes sociales. Deberían también investigar la ficción tan dada a mentir para hacer ver la verdad. Qué encontrarán?
ResponderEliminar