Las realidades privadas pueden
resultar aburridas o en el mejor de los casos meramente rutinarias, pero creo
que estaremos de acuerdo en que la realidad común no defrauda jamás: siempre
tiene algo de circo de mil pistas. Hay periodos mejores y peores, como en todo:
ciclos de apoteosis y rachas de calma chicha, pero el caos del presente nunca
decepciona como espectáculo de masas, en especial cuando los actores del
espectáculo político deciden renunciar a los parámetros básicos de la lógica,
de la decencia o del sentido común, e incluso a todo eso junto.
No
sé, ahí tenemos a Donald Trump, la estrella universal del momento, presidente tuitero convertido en una especie de versión 2.0 de
Calígula, aunque el norteamericano no haya tenido la tentación de nombrar cónsul
a su caballo –como la tuvo, según Suetonio, aquel emperador majareta de Roma-,
al menos de momento, a pesar de haberse apresurado a elegir como asesor a algún
que otro mulo. Antes de su triunfo electoral, algunos de nuestros tertulianos
televisivos daban por imposible el ascenso de Trump a la presidencia. Una vez
consumado ese ascenso, adoptaron un tono condescendiente: “No sean alarmistas.
No pasará nada”. (Visto lo visto, no sé por qué fase profética andarán.)
Ahí
tenemos –cómo iba a faltar en este guiso- al PP en pleno poniendo cara de
póquer ante el empeño de la Fiscalía
Anticorrupción de reabrir el caso de la caja B del partido,
que es menos una caja B que una caja de los truenos, y los truenos –mala suerte-
no hay quien los silencie, como bien saben también en el PSOE, enrocado en su tradicional
nostalgia de un césar redentor y empeñado a la vez en defenestrar de nuevo al
retrocandidato Sánchez, que da la impresión de ser el militante del partido que
más desarrollado tiene el síndrome cesarista, aunque aplicado a sí mismo.
Ahí
tenemos a la cúpula bicéfala de Podemos, cuyo producto estelar consiste en la
promesa del remedio instantáneo de los males endémicos del país, en la oferta
redentora de redimir al país de sí mismo, aunque el arreglo de sus conflictos
internos no parece que vaya a resultar tan instantáneo, a pesar de ser quizá
tan prematuros, en especial en una formación que alardea de ser una fábrica de
amor y, en consecuencia, de ser sexy, ese concepto político que se había
cubierto de polvo en nuestro subconsciente colectivo desde los tiempos en que
Felipe González exhibía en los carteles electorales sus labios de latin lover. Si alguien es capaz de
extraer enseñanzas políticas de esa ficción abstractamente medievalizante que
es Juego de tronos, lo normal, en
fin, es que el talante republicano se transforme en una guerra entre los siete
reinos, en una disputa por el trono, con la agravante de aplicar a la política las oscilaciones
temperamentales propias de la edad de pavo.
Ahí
tenemos también a los dirigentes de la antigua CIU quejándose de que las
detenciones de algunos de sus cabecillas por el asunto del 3% (al parecer con
aumentos ocasionales al 7%) no es una actuación judicial, sino un ataque
tangencial a Cataluña, consumado –¿casualmente, sospechosamente?- el mismo día
en que el TSJ decidió investigar al presidente (PP) de la Comunidad Murciana
por otro presunto caso de corrupción, lo que, en una secuencia lógica que
respete el tradicional patrón del victimismo nacionalista, pudiera
interpretarse como un ataque suplementario a Cataluña, aunque llevado a cabo desde
la tierra que la proveyó de charnegos.
No
sé. Lo que les decía: la realidad común nunca decepciona, posiblemente porque
constituye por sí misma una decepción continua, y el decepcionado tiene mucho
terreno ganado en el campo de las decepciones: casi nada le pilla por sorpresa.
Y en esas estamos.
.
Ahí, ahí! Dando siempre la estocada en el lugar y punto certeros.Me encanta tu expresión y lucidez.
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