miércoles, 26 de octubre de 2016

ENTREVISTA



FELIPE BENÍTEZ REYESEntrevista

 

POR BEGOÑA CURIEL, para EL LIBRO DURMIENTE 

FOTO: ANTONIO GALISTEO

Nacido en Rota (1960), con premios de calado nacional, este escritor sorprende en cada obra con su especial dominio del lenguaje y un sello propio por el que ocupa un puesto de cabecera en la literatura española.
–Maneja diferentes géneros. ¿Se quedaría con alguno como predilecto o no quiere escoger?
-Bueno, ya he escogido. El hecho de practicar varios géneros implica una elección múltiple. Me cuesta trabajo imaginar a un escritor que decida escribir lo que no le gusta escribir.
–¿Tiene o tuvo maestros o existe el estilo propio Felipe Benítez Reyes?
Todo el mundo aspira a ser digno de tener maestros, claro está. El problema de las genealogías literarias es que cada cual fantasea con la suya, trazando un árbol que casi siempre es más prestigioso de la cuenta. En cuanto a ese supuesto estilo propio, no sabría qué decirle. En el estilo hay un cupo de voluntad, pero también un factor casual. No creo que ningún escritor sea del todo consciente de las características de su estilo, que tal vez responde más a intuiciones que a patrones. No creo que el estilo consista en una acumulación de amaneramientos o de retorcimientos ni en una escritura en escorzo, sino más bien en una modulación que propicie un espejismo de oralidad y de transparencia, por artificioso que sea el punto de partida del procedimiento.
–¿A qué autores contemporáneos admira?
A todos los que puedo.
–Acumular tantos premios como usted, ¿es un aliciente o da (o le dio en su momento) cierto miedo? A estas alturas de su carrera, ¿le condicionan?
Los premios no son medallas, sino heridas de guerra. No creo que nadie, por muy vanaglorioso que sea, se levante o se acueste pensando en los premios que ha ganado. En esto, lo mejor es recibir los premios con la misma insensibilidad con que los recibe el caballo ganador del derby de Kentucky. Aparte de eso, en esta cuestión de los premios hay una cierta obscenidad de fondo que no sabría precisarle.
–¿Son diferentes los premios académicos a los de los lectores? ¿Cómo los valora?
No sé, la verdad. He pensado muy poco en ese asunto. Siempre te alegras cuando alguien te dice que le ha gustado un libro tuyo, eso sí.
–¿Es maniático a la hora de escribir o lo hace donde o como puede?
Me cuesta mucho escribir en cualquier sitio que no sea mi mesa de trabajo. Mi “genius loci” no se mueve de ahí. No es itinerante, y sin él me temo que no soy nada.
–El aplauso y los halagos por su “El azar y viceversa” se cuentan por miles. Y no es para menos. Su intención era acercarse al género de la picaresca y lo ha conseguido con creces. ¿Es un contenido que nunca pasa de moda?
Digamos que es un territorio narrativo fértil, tal vez porque está muy adscrito a la esencia del vivir. El menesteroso no sólo tiene que ganarse la vida, sino también que inventarse una vida, porque nadie le regala nada. Aparte de eso, mi novela se acoge a la picaresca desde un ángulo filtrado también por varios siglos más. Con Dickens o Thackeray por medio, pongamos por caso.
–“El humor me sirve para escribir novelas muy tristes” dijo en una entrevista. Es un recurso que maneja de manera prodigiosa. ¿Es tan premeditado como parece o considera vital el humor para escribir y/o vivir?
Pues exactamente eso. ¿Contar una historia trágica desde un registro trágico? Complicado, ¿no? El humor no sólo sirve para hacer reír. También resulta indispensable para describir la condición humana desde el rigor del realismo. La solemnidad no sólo suele ser el disfraz del aburrimiento, sino también un falseamiento del tono verdadero de la vida. En esta novela procuré jugar con las emociones del lector. Llevarlo de la carcajada al escalofrío, con apenas transición entre una cosa y otra.
–¿Se considera poeta y escritor por este orden, o en el segundo término va incluido el primero (en su caso, claro)? A veces los conceptos se distinguen, otros se solapan, según quien hable de ello. 
 Bueno, los poemas se escriben, ¿no? Es como decir de alguien que es pintor y acuarelista. O que es médico y traumatólogo. Lo genérico se supone que incluye la especialidad.
–Que el escritor debe estar comprometido con su tiempo, ¿es un debate necesario o una tontería?
Creo que necesario. Hay que ser muy bobo, muy engreído o muy rico para vivir en una torre de marfil.
–Desde su anterior novela han pasado años. Pero no ha parado de trabajar en multitud de historias. Entiendo que se puede trabajar a la vez, de manera paralela o complementaria, en muchos géneros y terrenos. ¿Genera confusión esta mezcla a la hora de crear o es una dinámica, digamos, natural?
En mi caso es natural. Siempre ando barajando varios proyectos a la vez. Procuro que cada cual se desarrolle en la parte específica del cerebro que le corresponde.
–Está muy mal comparar pero tras la lectura de “El azar y viceversa” no puedo evitar hacerlo: pocos escriben y manejan las letras como usted, al menos en este país (en mi humilde opinión). ¿Cuál es el nivel que tenemos en España? ¿Hay más cantidad que calidad?
Muchas gracias por la suposición. ¿El nivel? Pues hay de todo, como no podría ser de otra manera. Lo insólito sería que todo el mundo fuese un genio de las letras o que todos escribiésemos mal. Pues eso: que hay de todo. Como en todas las épocas.
–¿La autopublicación, sobre todo en plataformas digitales, ha degradado –en líneas generales– los contenidos?
No estoy muy al tanto de ese asunto. Le digo lo mismo: de todo habrá. Hoy resulta muy barato autoeditarse un libro, y si alguien quiere darse ese capricho, me parece muy bien. El problema empieza cuando ese alguien empieza a querer escalar el monte Parnaso con su librito entre los dientes. Ahí suele haber un choque de trenes entre la realidad y la quimera.
–¿Hasta cuándo debe intentar un novato seguir llamando a la puerta de las editoriales, antes de decidirse por la autopublicación?
Los síntomas suelen ser muy claros. Cuando te dan con todas las puertas en la nariz, por ejemplo. Lo que no quiere decir que el libro en cuestión no valga, sino que la mecánica de la industria editorial es más compleja de lo que parece. A veces, la valía de un libro puede ser un inconveniente para que se publique y otras veces el hecho de que sea un mamarracho es un aval inmejorable para que se publique. Paradójicamente, las paradojas funcionan.

–¿Se lee tan poco como se dice?
Desde luego más que en otras épocas históricas. En esto de los índices de lectura conviene ser optimista, porque todo podría ser mucho peor de lo que es.
–¿Qué le gusta y cuánto lee Benítez Reyes?
Un poco de todo. Me gustan mucho las biografías, por ejemplo.
–¿Hay algún libro que se haya leído muchas veces o no suele repetir?
Releo. Poesía por supuesto. Y también algunas novelas o relatos con los que tuve la impresión de que no se agotaban en una sola lectura.
–¿Qué libro le gustaría haber escrito o cuál sueña con escribir?
Pues imagínese la de miles de libros ajenos que me hubiese gustado escribir… ¿El libro soñado? Ese que estás escribiendo, con la certeza de que finalmente no será el libro de tus sueños ni por asomo.
–¿Qué opinión le merecen las páginas y blogs literarios? Internet y las redes sociales han aumentado su número y variedad. ¿Es un fenómeno positivo para la literatura aunque su autor sea un simple lector o alguien que ame las letras?
Le digo lo que le decía antes: de todo habrá. La democratización de la crítica literaria me parece bien, como cualquier tipo de democratización, aunque sin duda genera un poco de desorden, porque lo mismo alguien considera que un libro es una obra maestra y en el blog de al lado alguien lo considera un bodrio… Pero eso pasa también, al fin y al cabo, en los suplementos literarios de los periódicos tradicionales. No sé. Bien, ya le digo.
–Después de “El azar y viceversa”, ¿qué tiene entre manos Felipe Benítez Reyes?
Digamos que tres bolas de humo que hay que solidificar.

1 comentario:

  1. Acabo de leer su novela. Nunca le aconsejo a mi hijo los libros que a mí me han gustado, porque él ya tiene sus cosas con que entretenerse. Pero en esta ocasión sí que le he dicho que alguna vez en su vida lea El azar y viceversa. Uno siempre quiere dejarle a quien ama la mejor herencia.

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