lunes, 22 de agosto de 2016

TU EVARISTO



Las viejas amistades suelen correr el riego de convertirse más en viejas que en amistades propiamente dichas. Estás absorto en tus cosas y, de repente, un día cualquiera, en el lugar equivocado, aparece de sopetón esa persona a la que no ves desde hace años y cuyo nombre, tras el aturdimiento inicial, va tomando cuerpo, sílaba a sílaba, en tu memoria: “¡Evaristo!”. Una vez resuelto el trámite de la identificación, como especialista que eres en decrepitudes ajenas, adviertes en los rasgos de Evaristo el envejecimiento que te resistes a reconocer en los tuyos. Al instante, como especialista que también es él en esa misma disciplina, te dice: “Qué viejo estás”, y se despierta en ti la criatura mezquina que busca una venganza en caliente. “Tú tampoco vas mal en eso”, y os reís, porque la vida sin sentido del humor acaba estando muy cerca del infierno, que son –como dijo aquel, y con cuánta razón- los otros, o al menos algunos, como por ejemplo Evaristo, el regresado de las neblinas legendarias del pasado. 

      “¿Qué tal te va la vida?”, os preguntáis casi al unísono, como premisa obligada para mantener un coloquio en el que las preguntas importan menos que las respuestas, aun importando un pito ambas, sin saber muy bien ninguno de los dos qué sentimientos desempolvar, qué grado de efusión dispensaros, cómo medir los gestos de confianza para que no resulten intrusivos y para que a la vez no se queden cortos en la demostración del afecto. Os escrutáis, buscáis un tema de conversación para que el cara a cara no se quede en una cara artificialmente sonriente frente a otra cara artificiosamente sonriente, pero no resulta fácil: “Te veo más gordo”, diagnostica Evaristo, que también está más gordo. 

El reencuentro con un viejo amigo que ya es más viejo que amigo tiene, en fin, sus complicaciones, y de ahí que sea una experiencia que todos procuramos evitar siempre que esté en nuestra mano, ya que los viajes al pasado no suelen traer nada bueno más allá de las recreaciones poéticas en torno al tiempo perdido y ese tipo de coplas. Bien es verdad que, gracias a esos reencuentros casuales, tienes la suerte de enterarte de primera mano de los avatares que han marcado la vida del Evaristo de turno desde que no os veis: su matrimonio o su divorcio, su cambio de profesión o de casa, sus viajes a regiones exóticas, sus aficiones. Eso cuenta sin duda para ti como ganancia de sabiduría. Pero no todo resulta edificante: “Antes tenías más pelo”, te informa Evaristo. Le señalas que él está completamente calvo, y te replica que la calva es sexy. Que lo malo es tener cuatro pelusas. “¿Cómo es posible que no hayas estado en Bora Bora?” Y entonces te cuenta que va a hacer obras en su chalet para instalarse un gimnasio con sauna. 

“A ver si quedamos”. Sí. “Y vigílate esa barriguita”. Vale.


(Publicado el sábado en la prensa.)


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2 comentarios:

  1. Estupendo artículo. El trámite de la identificación no siempre resulta bien, por eso muchas veces es mejor no iniciarlo. En esos casos, la desmemoria se puede disimular con expresiones del tipo "hombre, cuánto tiempo" o, si se intuye más confianza, "qué pasa, chaval". Esto para el género masculino, que el femenino gusta más del "hola cariño, qué sorpresa" o "ay, corazón, qué alegría verte". Se podrían escribir (quizá ya se haya hecho) tratados sobre la cuestión, al modo de aquel profesor francés de literatura que publicó hace algún tiempo su delicioso "Cómo hablar de los libros que no se han leído".

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  2. Admirado visionario: es tanto el placer que su escritura me causa, que me veo abocado a preguntarle por lo que ocurre en el supuesto de que alguien escriba ahora (2016) un comentario en una entrada antigua de su Blog, pongamos por caso una entrada correspondiente a 2011. ¿Ocurre que se activa alguna señal acústica o visual que le "avisa" a Vd. de ello o, por el contrario, el hipotético nuevo comentario le pasa desapercibido al ubicarse tan atrás en el tiempo? Gracias y felicidades (brindis, si me lo permite) por ser usted tan extraordinariamente genial.

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