(Publicado ayer en prensa)
El hecho de que estemos viviendo
una situación política especialmente absurda no supone que se trate de una
situación carente de una lógica interna bastante sólida. Es incluso posible
que, más que a la exhibición de un comportamiento disparatado por parte de
nuestros aspirantes a poderosos, estemos asistiendo a un ejercicio modélico de
coherencia, al menos en el ámbito desconcertante de la paradoja. Intentemos
dilucidar, en fin, ese misterio en el que nada es lo que parece y en el que
todo es con exactitud lo que parece…
El
PP ganó las segundas elecciones con un resultado de mejora con respecto a las
primeras, aunque con la peculiaridad de que se trató de una derrota más rotunda
que la precedente, en tanto que el incremento de su mayoría simple no ha hecho sino
acentuar su aislamiento y su imposibilidad de formar un gobierno consensuado.
El PSOE, por su parte, ha recurrido a una estrategia pintoresca: adoptar el
papel de ganador moral tras su catástrofe electoral, hasta el punto de que el
candidato Sánchez parece no tener una conciencia clara de en qué consiste un
candidato: un ente necesariamente renovable en el caso de que los votantes no
se dejen seducir por su candidatura, a no ser que pensemos que el candidato
idóneo de un partido es ese mártir que va perdiendo votos a cada día que pasa.
En cuanto a Unidos Podemos, se ha demostrado que una alianza no conlleva
necesariamente un mayor cupo de poder, sino en cualquier caso una mayor codicia
estratégica, con ese inconveniente tan molesto que tienen las estrategias: el
de acabar siendo fallidas. Y es que a veces la suma resta, ya que estamos en el
territorio, como dije, de la paradoja. El caso de Ciudadanos, por su parte,
resulta peculiar: una derecha moderada que procura promover el discurso del
ultraliberalismo como una ideología filantrópica e incompatible con cualquier
tipo de corrupción. No lo tiene fácil, claro está, lo que no impide que su
distanciamiento enfático con respecto al PP, para evitar que se los considere
intercambiables, le haga moverse, a falta de tierra propia, en tierra de nadie,
en funciones de comodín potencial de quien se preste a alquilarle su partitura
para violín y oboe.
Pintado
quede el cuadro, en fin, con brocha gorda.
Salvo
que los políticos en pleno decidan que el gobierno idóneo es el de la
ingobernabilidad, lo mejor está por venir. El PP difícilmente podrá redimirse
de su condición de aliado tóxico para cualquiera. El PSOE, si decide no
abstenerse en la investidura, estaría obligado a pactar con quienes lo ven no
como socio, sino como presa. Podemos mantendrá su actitud de paciencia
impaciente, a la espera de asaltar los cielos. Ciudadanos seguirá moviendo el
bolso en la esquina. Las minorías nacionalistas, como siempre: al mejor postor.
Y nosotros entre estupefactos y pasmados ante el misterio.
.
Y qué voy a comentar que describa mejor la situación. Que el gobierno ideal es el de la ingobernabilidad no me atrevería a afirmarlo por miedo a ser etiquetado, saltarán todas las alarmas cada vez que me deslice insensato e ingenuo ante quienes lo tienen un discurso claro afianzados en la reiteración del mantra del noticiario. Bien es cierto, a pesar de todos, y también veo de manera clara y distinta que del gobierno ideal nunca deberían formar parte estos quiero-gobernarte. Y rondando las conciencias estará el voto útil que acabará llevándonos al punto de partida. Cambiarlo todo para que nada cambie. La Historia se repite y por tanto una vez más no habremos aprendido nada.
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