Las épocas electorales
entusiasman a todo el mundo, salvo quizá al gremio de carteros, por eso de
tener que ir llenando de propuestas esperanzadoras todos y cada uno de los buzones del país. Hoy mismo he recibido
una carta circular del presidente del Gobierno –aunque en calidad de presidente
pluriempleado de su partido- en la que me dice: “Antes de nada quiero
aprovechar para agradecerte personalmente todos los esfuerzos que estás
realizando”. Me he apresurado a responderle: “Creo que se equivoca usted de
sentimientos, señor presidente: usted no tiene que agradecerme nada, sino en
cualquier caso pedirme disculpas”.
Cartas aparte,
lo mejor de las épocas electorales es abrir el buzón y encontrarte en efigie a
los redentores potenciales de nuestra realidad. Mucha gente se ha rebelado
contra la magia esteticista del PhotoShop, por considerar que las cosméticas
virtuales desvirtúan tontamente la verdad imperfecta de los cuerpos, así como
el poder implacable del paso del tiempo por nosotros, hasta el punto de
convertir a los maduros en muchachos, a los ancianos en simples maduros y a las
muchachas en diosas artificiales del Olimpo, como si dijésemos. Entre esos
rebeldes no se cuentan, por supuesto, los políticos: ves las fotografías de los
candidatos y, en vez de ganas de votarles, te dan ganas de preguntarles cuándo
les toca hacer la primera comunión, ya que parece que, en vez de envejecer,
rejuvenecen por días, como Benjamin Button, aquel personaje que se sacó de la
manga Scott Fitzgerald.
Y es que las épocas electorales traen eso: el
remozamiento de la casta política, hasta el punto de que las arrugas se les
estiran, de que los ojos se les dulcifican y agrandan, de que las melenas se
les ondulan estratégicamente, de que la piel se les pone como de pandereta, de
que las canas se les coloran como por hechizo, de que las manchas se les
disuelven gracias a una inyección de optimismo democrático y de que las calvas
se les pueblan de pelusa institucional.
Los políticos
no sólo no tienen nada en contra del PhotoShop, sino que es posible que anden
convencidos de que se trata de un aliado indispensable para ganar unas
elecciones, ya que resultaría improbable el éxito de un candidato que
apareciese en los carteles con un grano en la nariz. La mentira política
empieza por la redacción de los programas electorales, que están pasados por el
filtro decorativo de la ciencia-ficción, y acaba en eso: en el embellecimiento
a golpe de ratón de los candidatos encargados de poner ratoneras para atrapar
el voto de la gente.
Ves a un
candidato o candidata, en fin, y te preguntas qué hace esa beldad perdiendo el
tiempo en unos comicios en vez de competir en un concurso de Miss Mundo o
Míster Mundo, según el caso. Aunque nunca faltará quien sospeche que en su despacho,
guardado en la caja fuerte, casi todos escondan su retrato de Dorian Gray.
Mi mujer y yo nos divertimos mucho escuchando las proclamas electorales por la radio. Intentamos, antes de que lo digan, saber de qué partido están hablando... y no hay manera.
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ResponderEliminarMagnífico artículo, recuerdo la foto de las primeras elecciones, donde a Felipe González Pilar Miró le recomendó teñirse las sienes (ponerse canas).Eran otros tiempos,
había que ganarse la credibilidad de un electorado y dar la sensación de madurez.
Parece un poco desfasado el formato de la propaganda, deberían hacer como el presidente de Uruguay, pasarse a lo pobre para después, como Simeone, sudar la propia camiseta y recibir el elogio general, hasta de los contrincantes. El político deja de ser político en campaña, y viene a reformularse como un showman, o una persona corriente, supuestamente, algo en lo que la gente crea; y la gente cree en la pobreza y en el fútbol.
ResponderEliminar¡Magnífico artículo!
ResponderEliminarSólo añadir que esas fotos es la única presencia de los políticos en la calle.
Salvad al soldado Cañas
ResponderEliminarEl oráculo de Arias calcula la caducidad del yoghurt
. Me gusta la película de Benjamin Button , no quita para que condene la gerontocracia , a nadie le gusta ver un sexogenario al timón .
En Uruguay un gramo de yerba vale un euro , me parece muy barato , aquí valdría diez euros , es un gran negocio neoliberal , seguro hay cientos de emprendedores dispuestos a dispensar el producto ,