EL GALÁN
IMPERECEDERO
En Bilbao, hace
un par de años, en ese festival de la risa literaria que monta allí, con toda
la seriedad del mundo, el escritor Juan Bas, apareció Tom Sharpe en silla de
ruedas, sonrosado y sonriente, con su aspecto de anciano juguetón que acaba de
resolver un asesinato difícil en una finca campestre o de haberle pedido
matrimonio a una jovencita que le ha dado largas, aunque la vida sigue, pues
siempre habrá puros y whisky para celebrar algo, así sea el hecho de no tener
que tomarse la molestia de celebrar nada.
Nos fuimos todos los participantes a comer cosas ligeramente imposibles
al restaurante del Guggenheim, donde lo raro es que no te ponga de postre un
cuadro al óleo.
Sharpe se sentó al lado de otro humorista, aunque de talante más sombrío:
Martin Amis. Una de las organizadoras del festival, una chica muy guapa y muy
elegante, se acercó a Sharpe para preguntarle si necesitaba algo. Sharpe le
besó la mano y se la retuvo, mirándola a los ojos, desde su silla metálica,
como diciéndole: “Fúgate conmigo”. Los testigos mantuvimos la respiración
durante unos segundos, pendientes del resultado del galanteo.
Fue, en fin, el gesto más enternecedoramente humorístico de aquel
festival de los buenos humores: el galán imperecedero, convertido –con todo el
derecho del mundo- en uno de sus propios personajes. Sharpe convertido en una
creación de Sharpe, al límite de la vida, que se le ha ido en un pueblo de
Gerona sin haberse planteado escribir –al menos que yo sepa- la gran novela
sharpeana que sin duda tiene Cataluña.
FELIPE BENÍTEZ
REYES
Una anécdota muy guapa . Me recuerda a Boris Karloff atrapado en Dracula y sus últimos papeles con el excelente Ed Wood ( director de culto , aunque han dicho misa de él ) .
ResponderEliminarSaludos
Descanse en paz y que cuando Anubis le pese el corazón, toda la risa que me ha causado haga que su víscera pese menos que una pluma.
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