Resulta injusto tener malos
sueños, de igual modo que resulta injusto que en nuestro idioma esos malos
sueños se designen con una palabra que tiene un sufijo diminutivo: “pesadilla”.
Si alguien dice que ha tenido una pesadilla, no podemos compadecernos de él, y
no por falta de piedad, sino por culpa precisamente de ese sufijo, que hace que
la pesadilla suene a terror de pacotilla, a una desazón que tiene menos que ver
con los fangales psicoanalíticos que con los dibujos animados. Si esas malas aventuras
se designasen mediante una palabra un poco más grandilocuente, las pesadillas
perderían ese matiz un tanto cómico que les otorga su designación, ya que
incluso la palabra “gastroenteritis”, pongamos por caso, resulta más solemne
que la palabra “pesadilla”, a pesar del prestigio freudiano que tiene la
pesadilla frente a la carencia de cualquier prestigio que tiene la
gastroenteritis.
Al
margen de ese inconveniente, el caso es que todos los sueños deberían ser
placenteros, una vez descartada la posibilidad de que no soñásemos, que sería
lo idóneo. Incluso el más desdichado de los seres debería ser feliz al soñar,
siquiera fuese para compensarle de las angustias propias de su vigilia, por
muchas y adversas que fueran. Los sueños deberían localizarse siempre en
jardines de tipo versallesco o, como poco, en uno de esos cuadros con cascadas
idílicas, iluminados por detrás para fingir que fluyen, que hay en algunos
restaurantes chinos. Pero, tal como están las cosas por dentro de nuestra
mente, lo más normal es que si soñamos con un jardín versallesco, acabemos en
la guillotina y que si soñamos con la cascada china acabemos medio ahogados, o
en el mejor de los casos perseguidos por un malhechor experto en artes
marciales.
Hay
una injusticia flagrante, ya digo, en el hecho de trasvasar nuestros temores,
nuestras frustraciones y nuestros desasosiegos –y todo lo turbio, en fin, de
nosotros- a esa especie de yo vicario que somos mientras dormimos, a ese
fantasma que recorre sin rumbo los ámbitos de irrealidad de su pensamiento y de
su sentir. No nos merecemos esos abismos, no nos merecemos esas resurrecciones
aleatorias de difuntos, no necesitamos que los vivos mueran en falso, no hemos
hecho nada para que a lo largo de un sueño nos apuñalen o nos encierren en un sótano
antes de ejecutarnos sin saber por qué y sin un juicio medianamente justo,
porque las cosas que pasan allí se rigen por las leyes atolondradas de un azar
en estado de sonambulismo. (Covarrubias, en su diccionario, define la pesadilla
como “un humor melancólico que aprieta el corazón con algún sueño horrible,
como que se carga encima un negro, o caemos en los cuernos de un toro, etc.”)
La
pesadilla tal vez sea la constatación de que el mundo es, en general, un mal
sitio para nosotros, así como la prueba casi irrefutable de la tendencia humana
al melodramatismo sin fundamento. El síntoma evidente, en definitiva, de que
somos defectuosos. De que el sufrimiento nos vence incluso cuando cerramos los
ojos como una petición de tregua. Aunque luego venga quién sabe qué.
.(Publicado en prensa el sábado.)
Siempre leerlo a usted es como abrir una cajita musical de cuerda en medio del pantano. Sabemos de inicio pues que la vida está perdida y que mejor sería preguntarle al próximo policía en el crucero, si sería tan amable de decirnos si tiene una bala de más en el parque de su revólver para anestesiar el dolor que traemos por cabeza, que se ha instalado como un pájaro carpintero que tomó sitio a sus anchas en el sitio hueco del roble infame que es nuestra cabeza. Es alumbradora su sapiencia a sabiendas de que consultarlo a usted como oráculo, es lo mismo que encender una cerilla en el sol, o prender la misma cerilla en un almacén copado de pura dinamita. Un espectáculo triste y luminoso es leerlo siempre apreciado maestro.
ResponderEliminarSiendo un artículo está lleno de filosofía, pero no menos de poesía. Frases para retener :"De que el sufrimiento nos vence incluso cuando cerramos los ojos como una petición de tregua ".
ResponderEliminarGracias por dscribir tan bien las cosas que nos ocurren y nos abemos exponer.Carmen Garrido
A veces he tenido pesadillas que cuando por fin me he despertado de ellas, he seguido un poco agotada. Son fantasmas del sueño, nos atrapan desprevenidos por decirlo de alguna manera.
ResponderEliminarPero qué pasa con las pesadillas reales, esas donde lo que nos apetece realmente es dormir y olvidarlas.
Afortunadamente, vamos aprendiendo a controlar no sé qué..., pues eso, vamos aprendiendo.
Saludos.
Lo malo es cuando te despiertas en un buen sueño . Las pesadillas adelgazan .
ResponderEliminarSaludos
Siempre onírico, Usted. Iba a escribir (y mejor no) "onirista", término que resultaría más explícito pero menos adecuado, porque los lectores de este blog (y yo el primero) tenemos la mente muy sucia y seguro que lo asociamos a lo que no debemos.
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