sábado, 16 de febrero de 2013

NOCHE DE CARNAVAL



Bueno, esta noche a ponerse el disfraz. Esta noche a echarse a la calle. Esta noche a andar por ahí disfrazado de guerrero ninja, de vikingo, de emperador de Roma. Esta noche a no ser nadie, a no ser nada. A dejarse llevar. 

En los bares habrá princesas de muchísimos reinos, una congregación anómala de princesas errabundas: la princesa del país de las mujeres pantera, la princesa del país tenebroso de las brujas, la princesa de la soledad, con su maquillaje de difunta y su vaso en la mano, a la espera de un caballero de corazón limpio y de limpio linaje que la libere de alguna maldición medieval escalofriante. En los bares habrá esquimales y chinos de pega, habrá magos, domadores de circo, trogloditas, mosqueteros… Pelucas afro, pelucas rojas, verdes, del color mismo del oro bruñido; empolvadas pelucas dieciochescas… Antifaces de pedrería, máscaras anatómicas de monstruo, de asesinado, de muñeco que contempla el horror…

Esta noche, a la calle. A jugar a no ser.

Hay quien supone que los disfraces revelan frustraciones de identidad, que son el indicativo freudiano de nuestros anhelos secretos. Una suposición arriesgada, se mire como se mire, porque, de ser eso así, podemos darnos cuenta de que nuestros amigos quisieran ser drag-queens, piratas temerarios, soldados de una guerra en el Oriente; de que nuestra novia alimenta el desconsuelo de no haber nacido cabaretera, de no haber nacido walkiria o teletubbie; de que nosotros mismo estamos psicológicamente machacados por el hecho de no haber sido el emperador de los austrohúngaros, o un gángster de alma gélida, o un trovador provenzal que tocase el laúd debajo del balcón de las doncellas soñadoras. Cualquiera sabe. 

Como es noche de carnaval, hagamos filosofía de baratillo, metafísicas de todo a un euro. ¿Quiénes querríamos ser? ¿Qué extravagante forma de vida, distinta por completo a la que nos ha caído en suerte, alienta en lo más recóndito de nuestras quimeras, en nuestro trastero de quimeras? 

Esta noche habrá por ahí gente disfrazada, fugitiva de sí. Porque la verdad es que te pones un traje, qué sé yo, de astronauta y es como si fueras otro, un astronauta heterodoxo y parlanchín que bebe gintonics sin parar y que intenta llevarse a la cama a una vampira, a una sultana de ojos entenebrados por el khol o a una mujer gato. Te pones un disfraz y parece como si huyeran de ti tus fantasmas, como si te lavasen por dentro, porque durante unas horas vas a poder ser quien nunca has sido, un fantoche de ti, caricatura alegre de tu ser, mamarracho que asume el no ser nada.

Esta noche, a la calle. De lo que sea. A sorprendernos de nuestra propia sombra reflejada en el asfalto regado de confeti.


Esta noche, a la calle. Que tiempo habrá de cuaresmas. Que tiempo habrá de ser nosotros mismos. Que tiempo habrá de ponerse el disfraz de todas las mañanas.

2 comentarios:

  1. Imprescindible dejarse de ser siempre el mismo, nuestro trastero de quimeras. Gracias Felipe

    ResponderEliminar
  2. Nunca me disfracé, no me gustaron los disfraces. Pero he de reconocer que quizás tengan su encanto, todo un espectáculo de rostros nuevos. Como en las películas, en el teatro. Todos queremos una oportunidad de no ser los mismos cuando actuamos.

    También existe mañana de carnaval:


    http://youtu.be/nVkDfnGobmI

    Saludos

    ResponderEliminar