Uno de los muchos problemas de
nuestros políticos tal vez sea el de la falta de sentido del humor, al menos a
niveles públicos, porque cabe suponer que en privado, por adustos que sean,
contarán algún que otro chiste, que viene a ser la categoría tipificada del
humor para quienes carecen de sentido del humor y, aun así, no se resignan a no
reírse ni a hacer reír al semejante, lo que es siempre una tarea muy loable y
filantrópica, sobre todo si se tiene en cuenta que, en los últimos tiempos, los
políticos parecen más inclinados a hacer llorar, que es una tarea sin duda
menos loable y bastante menos filantrópica que la otra. Cuando un político
quiere ser un humorista, a lo más que llega es a ser Alfonso Guerra, lo que
tampoco representa -creo yo, aunque quién sabe- un destino digno de anhelo.
Supongo
que estaremos de acuerdo en que los políticos tienen mucho de actores. De actores
malos, por supuesto, pero el adjetivo no resta entidad en este caso al
sustantivo, o comoquiera que se llame ahora el sustantivo que designa al
sustantivo. Ni siquiera el concejal de una aldea se resiste a considerarse un
actor ante sus paisanos; es decir, a considerarse un personaje, ya que el cargo
inviste no sólo de autoridad, sino también de irrealidad: el político
profesional, al igual que el actor profesional, se debe a su papel y a su
público más que a sí mismo, aunque desde una posición peculiar en la que
importa más la satisfacción de la propia vanidad que el papel y el público en
sí, que al fin y al cabo no pasan de ser vehículos para dicha satisfacción, según
suele ser hábito en el gremio de comediantes.
De
todas formas, el político, precisamente por carecer de sentido del humor, acaba
siendo un ente sumamente humorístico: por querer aparentar la seriedad del
burro, acaba transmitiendo la comicidad involuntaria del pingüino. Los grandes
golpes de humor de los políticos acostumbran ser impremeditados, más promovidos
por la comicidad intrínseca de las circunstancias que por la voluntad de hacer
el payaso. “Dimitiré si…”, puede decir un político cualquiera, con el tono de
voz con que lo diría Macbeth, pongamos por caso. Ahora bien, si la condición
contenida en ese “si” se cumple, lo lógico es que el político en cuestión
declare que no piensa dimitir por nada del mundo. Y eso tiene su gracia, ¿no?
Para eso no sólo hay que tener una idea cómica de la realidad, de la política y
de la gente en general, sino también de uno mismo, ya que el humor bien
entendido empieza por tomarse a uno mismo a chirigota.
Creo, en fin,
que, visto lo visto, se impone una rectificación de mi premisa: los políticos
no carecen de sentido del humor. Todo lo contrario: los políticos son unos
graciosos. Unos graciosos que se deben de morir de risa cuando se miran en el
espejo por la noche, después de pasarse el día salvando el mundo, y se dicen:
“!Qué arte y qué gracia tengo!” Y es verdad que los tienen, los muy puñeteros.
.
Se podría añadir que la diferencia de un político como Berlusconi y otro como Sarcocy, o Rajoy o Merkel, está en la escuela del encubrimiento de su comicidad, más descarada la del primero, hierática la del segundo, gallega la del tercero, cuadrada la de la última, pues todos han de encajar su labor con el humor necesario de condicionar los destinos de sus compatriotas y salir bien parados por ello.
ResponderEliminarDisculpa, Felipe...al final ¿vienes a Madrid a presentar las Identidades? He estado mirando la agenda de eventos de la FNAC pero no he visto hora de comienzo ni confirmación de actividad.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Sí, Lidia, el viernes 18, a las 7 de la tarde, en la FNAC de Callao.
ResponderEliminarGracias por el interés.
Felipe, no te has preguntado si entre ellos se gastan bromas, hacen uso de la ironía hacia nosotros, los ciudadanos.
ResponderEliminarPorque claro, entre tanto teatro, por detrás, no quiero ni imaginar. De echo ya sabemos todos los políticos que deberían de estar en la cárcel por ladrones y llevan años de juicios viviendo como reyes. Algún chiste que otro harán de nosotros. Por ejemplo:
¡mirad los españoles como nos llaman ladrones! ¡votadnos idiotas votadnos! que somos los reyes del mambo.
Besos