Manuel Heredia llevaba cuatro
años en paro, sustentándose de las tortillas y del pollo con arroz que le
mandaba su madre. No era una mala vida, pero, en un arrebato de responsabilidad,
decidió buscarse una ocupación remunerada. Se tumbó en el sofá, como si
estuviese en la consulta de un psiquiatra de escuela vienesa, y se puso a
calibrar las opciones. Al cabo de un rato, la que mejor le pareció fue la de
meterse a banquero, que de siempre ha sido una profesión muy socorrida, y en
nuestros tiempos, además, muy rescatada. Pensó incluso en un nombre para la
entidad que él presidiría con mano de hierro, embargando, vendiendo fraudes
preferentes y echando de su piso a los irresponsables que se arriesgaron a
vivir por encima de sus posibilidades: Caixa Manolo.
Heredia se puso el traje
de la boda y bajó corriendo al bar de su amigo Esteban: “Esteban, voy a montar
un banco. ¿Quieres ser el primero en abrir una cuenta? Te regalo un juego de
toallas portuguesas por una imposición de 1.000 euros”. Ante lo irresistible de
aquella oferta, Esteban, como es lógico, cedió. “Dame los 1.000 euros y ya te
daré las toallas”, le dijo Heredia, el flamante banquero. Pero Esteban, que
olió el beneficio, le dio 5.000 euros, con lo que le corresponderían cinco
juegos de toallas. “Cuando abra la sede central de Caixa Manolo en Madrid,
colocaré en el vestíbulo una placa de bronce que te conmemore como el primer
cliente de mi banco”. Y Esteban vio en aquel futurible una vía para ingresar en
la inmortalidad.
Con
sus 5.000 en el bolsillo, Heredia acudió a un vendedor de pollos asados. “¿Quiere
ampliar su negocio?”. El vendedor de pollos le dijo que no, que apenas vendía
10 pollos al día de los 15 que asaba y que no tenía sentido asar más pollos. “No
hay que estancarse, gran mago de los pollos. Aquí tienes 2.000 euros, a un 7,5
% de interés revisable. Con esto puedes comprarte otro horno, y así, en vez de
15, podrás asar 30 pollos al día”. Seducido por el hechicero Heredia, el
comerciante acabó suscribiendo el crédito.
Los
3.000 euros restantes los invirtió Heredia en alquilar un local, en imprimir
folletos publicitarios, en suscribirse un fondo de pensiones y en viajar a Madrid
para cambiar pareceres con los grandes banqueros del país, sus nuevos colegas. Al
cabo de una semana estaba sin blanca. Esteban no sólo le reclamó sus cinco
juegos de toallas portuguesas, sino también sus 5.000 euros. “Ahora mismo no
dispongo de liquidez ni de toallas”, le informó Heredia. “Tu dinero está
invertido en pollos”. Por su parte, el vendedor de pollos, que no logró vender
más de 10 pollos al día, alcanzó a pagar los dos primeros plazos del crédito,
pero al tercero entró en mora. Heredia aceptó cobrarse en pollos, de modo que,
de recibir pollos de su madre, acabó regalándole pollos a su madre.
“Este
negocio va”, se dijo Heredia. Y en eso sigue.
.(Publicado ayer en prensa)
Sin liquidez, ¿para qué toallas?, en efecto...
ResponderEliminarAntes pasará un camello por el ojo de una aguja que... No tampoco puedo afirmar esto. Los banqueros se han quedado con mi fe.
ResponderEliminarAhí está la parábola del dinero que se hace a sí mismo, o el self made man con faldas y a lo loco.
ResponderEliminarSalud
Manuel
El emprendedor . Lo cierto es que vamos por un derrotero en el que la mayor virtud de un ser humano será ...ser buen pagador
ResponderEliminarChao