Aquel político, defensor de todo lo previsiblemente defendible, decidió que en la corrupción podía haber grados. Una maniobra destinada a financiar el partido, por ejemplo, sería una corrupción de segundo orden, en el supuesto de que no se tratase de un proceder justiciero, ya que en el ideario de su partido se hacía hincapié en la necesidad de la lucha contra la corrupción. De modo que aquel político, en coherencia con sus ideales, se corrompió con éxito: alegró la contabilidad del partido mediante el cobro de unas comisiones a unos empresarios que, todo sea dicho, estaban a su vez deseosos de corromper y de corromperse, para crear de ese modo un clima de armonía entre el gremio empresarial y el gremio político, para beneficio mutuo y, por tanto, de manera colateral al menos, de la ciudadanía en general.
Una vez corrompido a esa escala, el político en cuestión fue víctima de una espiral de pensamiento sustentada en la lógica: si corromperse por el partido podía considerarse una labor altruista, el hecho de corromperse en beneficio propio sería una labor doblemente altruista, ya que, en cuestiones de corrupción, el altruismo bien entendido empieza por uno mismo: basta con aplicar al concepto de altruismo una ligera distorsión semántica. Decidió, en fin, convertir tal concepto en paradójico, y ya se sabe que la paradoja, que suele ser de condición sofística, puede resultar invulnerable no sólo a la rigidez que impone el sentido común, sino también al envaramiento a que fuerzan los principios morales. Así que decidió corromperse por su cuenta y riesgo.
La mala suerte quiso que lo pillaran. Comoquiera que no existe persona con más argumentos de defensa que un culpable, quedó libre de culpa no sólo ante los tribunales, sino también ante su conciencia, lo que no quitó que sus compañeros de partido se viesen obligados a crear un Observatorio Público contra la Corrupción (el OPUCOCO, digamos). El OPUCOCO (digamos) funcionó bien durante un par de años, sometiendo a los políticos a un control estricto, hasta que sus responsables empezaron a corromperse, de modo y manera que hubo que crear un organismo que vigilase al OPUCOCO. Así nació el Observatorio Público contra la Corrupción del Organismo Público contra la Corrupción, el OPUCOCOPUCOCO, con todo su organigrama de directivos y funcionarios. Durante un par de legislaturas, tal organismo fue llevando a los tribunales a los agentes anticorrupción que se entregaban a los brazos blandos de la corrupción, hasta que los responsables del OPUCOCOPUCOCO decidieron a su vez corromperse, de modo que hubo que crear el OPUCOCOPUCOCOPUCOCO.
Aquel vértigo de corrupciones tuvo sus ventajas: la proliferación de organismos vigilantes de la corrupción acabó con el paro. Hoy vamos por el OPUCOCOPUCOCOPUCOCOPUCOCOPUCOCOPUCOCO. Y las expectativas de expansión de las siglas siguen siendo favorables.
Muy acertado, irónico y en su punto. Un abrazo Felipe
ResponderEliminarEstoy muy agradecido a los corruptos y a todos los observatorios dependientes de todos nuestros Gobiernos. De esta forma, he logrado ser un ciudadano pleno. Saludos
ResponderEliminarLo dice Usted medio en broma, pero...
ResponderEliminarSiempre la zorra vigilando a las gallinas (que, durante un tiempo, se creyeron muy zorras).
ResponderEliminarPor cierto, este post suyo cumple con todos los requisitos de la fábula clásica.
ResponderEliminarAparecen animales.