jueves, 22 de diciembre de 2011

PENITENCIAS NAVIDEÑAS


¿Fiestas navideñas? Habría tal vez que discutirlo, porque mucho me temo que estas celebraciones de resonancias bíblicas presentan un alto componente penitencial -aunque, dada la complejidad intrínseca del género humano, no resulta imposible conciliar el concepto de fiesta con el concepto de penitencia: ahí está la Semana Santa, o la Cuaresma, o las orgías sadomasoquistas, pongamos por caso.

En estas fiestas, por una razón o por otra, todo el mundo sufre, en buena medida porque la empresa promotora es muy partidaria del sufrimiento como vía de beatitud. El que está quitándose del tabaco, por ejemplo, lo pasa fatal, ya que la tentación de reincidir en el hábito de echar humo se acrecienta, y lo más probable es que recaiga. El que fuma de modo habitual termina envenenado de alquitranes, porque fuma el doble. El que nunca fuma acaba -por quién sabe qué repente dionisiaco- con un habano entre los dientes, o con un cigarrillo que sujeta con mano inexperta, porque estas fiestas invitan no sólo al exceso, sino también a la extravagancia y al viaje astral.

La persona que está a dieta acaba perdiendo el control y se pone hasta el cogote de pestiños y chocolate, de licores y mantecados, de salsas barrocas y de turrones, y luego se las tiene que ver con su conciencia, que no entiende de improvisaciones. El gordo engorda. El flaco engorda. El que tiene úlcera puede acabar en urgencias. Los triglicéridos hacen su agosto. El que apenas suele comer acaba indigestado. El alcohólico anónimo no se resiste a mojarse los labios en una copa de champán después de las doce campanadas. El que nunca bebe se toma un par de copas. El que acostumbra tomarse un par de copas acaba tomándose cuatro, y los que gustan de tomarse cuatro acaban con ocho encima, y hasta es posible que canturreen, porque el beber y el canturrear son artes complementarias. Incluso los niños acercan sus labios aventureros a la copa de espumoso, y los padres no dudan en celebrar esa temprana curiosidad enológica, entre otras razones porque ellos están ya hasta la nariz de destilados.

Como hay que hacer regalos, los pobres acaban siendo más pobres y los ricos un poco menos ricos. Como hay que comer y beber más de lo prudente, se hace un gasto imprudente en el supermercado, y allá penas. Para acrecentar el aire penitencial de estas cadena de festividades, los niños se aburren en casa, marcando con un círculo, en el catálogo de juguetes, las cosas que necesitan para seguir viviendo. Pasan ellos los días de tregua colegial soñando con artefactos prodigiosos, pero esos artefactos no podrán disfrutarlos hasta un par de días antes de volver a clase, cuando ya dispongan de horas muy contadas para jugar: una variante infantil del mito de Tántalo. Los adultos se desesperan al ir a comprar regalos para otros adultos, que ya tienen de todo, incluso lo que les sobra. Y acaban comprando, quieran o no, como una fatalidad que ni ellos mismos se explican, corbatas y alfileres de corbata, pitilleras y pañuelos, abrecartas y encendedores, y a lo sumo –si se trata de un familiar cercano- un pijama de fibra térmica con estampados geométricos.

De todas formas, y en la medida de lo posible, felices fiestas.

7 comentarios:

  1. Hola Felipe,
    En la lista de penitencias te has dejado una que es de las peores para mí, al que no le gustan las comidas familiares acaba en más de una, al que le gustan acaba harto de tantas y a los que no las tienen les parece el mejor mundo posible al que ellos pudieran acceder.
    Una época del año con la mayor tasa de suicidios no puede ser buena cosa...
    Felices fiestas para ti también, sin demasiada medida si puede ser.

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  2. Sobreviviremos, a nuestro pesar.
    Felices fiestas, no obstante.

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  3. jajjaj...qué bueno.


    Un abrazo y Felices Fiestas. Cumpliremos la penitencia lo mejor que sepamos. :)

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  4. Mañana ceno con mi primo y otros seres similares...comienza mi penitencia
    Felices fiestas para ti

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  5. Está bien consumir, los comercios quieren cuadrar cuentas, en vez de darnos a la gula deberíamos optar a la temperancia. Sentarnos delante de un banquete pantagruélico, que no falte habanos para fumar ( o lo que sea ) ni brebajes, observarlo durante 5 minutos e irnos a la cama sin cenar. Si todos hiciéramos esto , sería un pequeño paso para nosotros mismos y un gran paso para la humanidad ( emulando a N. Armstrong ), sería un acto de respeto a los que no obligadamente no van a cenar. Saludos de Manuel

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  6. Feliz Navidad y gracias por todo (que es bastante).







    Uno de la Judería.

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