En una lágrima puede caber una existencia: la suma de su dolor, la totalidad de sus alegrías sobresaltadas, sus madrugadas de insomnio, las quimeras incumplidas, las quimeras cumplidas y liquidadas ya por desengaño, pues suele ser nuestro ánimo novelero, partidario de lo novedoso, por esa cosa que tenemos de agarrarnos a la cola de cualquier cometa que pase por allí, por donde sea. En una lágrima puede caber, en fin, nuestra historia, minuto a minuto: mientras resbala, una lágrima está escribiendo un memorial de agravios y un anónimo vengativo, un melodrama con centenares de personajes y una súplica. Y así.
Hay lágrimas falsas, lágrimas fáciles, lágrimas de impostura, puramente estratégicas: el que llora en falso sabe que puede jugar con el respeto ajeno por las lágrimas verdaderas, por las lágrimas que traen toda la toxicidad del dolor, de la rabia, del no poder. No hay nada más falso que una lágrima falsa. No hay nada más conmovedor que una lágrima silenciosa. No hay llanto más hondo que el solitario.
“Salid, sin duelo, lágrimas corriendo”, pedía el pastor Salicio en la égloga de Garcilaso, él sabría por qué.
Se da el curioso nombre de lágrimas de cocodrilo a las que son síntoma de un dolor fingido y vano, al mismo tiempo que reciben el nombre de lágrimas de sangre aquellas que brotan de una honda aflicción. A la gota de vidrio fundido que, en contacto con el agua fría, se templa como el acero se la conoce por el nombre de lágrima de Batavia o bien de lágrima de Holanda, a elegir. Existe una planta de la familia de las gramíneas, originaria de la India, a la que se conoce como lágrima de David o de Job, aunque no estaría de más calibrar cuál de esos dos personajes bíblicos lloró con mayor abundancia y sentimiento, pues sería sin duda él el merecedor en exclusiva de la denominación. Por existir, existe una planta del mismo género que el ajo y la cebolla, con flores de umbela, colgantes, blancas y acampanadas, que recibe el nombre de lágrimas de la Virgen. Dentro del ámbito de las referencias piadosas, también se habla familiarmente de lágrimas de Moisés, de lágrimas de san Lorenzo o de lágrimas de san Pedro, como expresión coloquial para describir un llanto de envergadura, que también admite la expresión “a lágrima viva”, aunque curiosamente no existe el modismo “a lágrima muerta”, que podría reservarse para las llantinas propias de los velatorios, por ejemplo. Esos llantos fúnebres los romanos los conservaban en vasos lacrimatorios: lágrimas negras, como si dijésemos.
El sabor salado de las lágrimas podría hacernos pensar en un origen marítimo del llanto, aunque la prosa es otra: se debe a un pequeño porcentaje de cloruro sódico que hay en su composición. Aparte de eso, una lágrima tiene un pH aproximado de 7,4; es decir, ligeramente alcalino, aunque cabe suponer que a la persona que llora le importa bastante poco tanto lo del cloruro sódico como lo del pH, que son factores secundarios, se mire como se mire -y aun en detrimento de la ciencia-, en mitad de una llantina, porque demasiada tarea tiene el llorar como para andar uno pensando en otras cosas.
Gracias por tu impresionante discurso sobre las lagrimas
ResponderEliminarHe hecho leer a mi mujer "Mercado de espejismos" (la novela) y claro....le ha encantado
Un abrazo
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ResponderEliminarMe encanta, felicidades.
Un saludo
Me gustaría saber en qué epígrafe poner las lágrimas que esta mañana mismo me brotaron, al pillarme el dedo con la puerta de la máquina de limpiar los platos.
ResponderEliminarSiempre es un placer leerle, D. Felipe
Se me están saltando las lágrimas de admiración. Entre los renglones de este artículo, se deslizan varios versos. Me quedo con el que habla de "La toxicidad del dolor". Ajustado, sincero, verdadero. Saludos.
ResponderEliminarQué bueno, maestro
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=9g5nSY-CYt8
ResponderEliminar(Microalgo es el tercer tenor, desde la izquierda)
Cuantas cosas se puede decir de una lágrima.
ResponderEliminarGracias por hacernos recordar lo que en ellas se encierra, lo que de ellas se desprende, en lo que ellas habita.
Ha sido muy interesante leerte.
Y para San Bernardo las lágrimas son el vino de los ángeles; algo angelical hay en esta secreción humana, pues la instiga en muchas ocasiones una emoción, bien tras una oscura anunciación, o bien tras un alborozo pasajero.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios.
ResponderEliminarY gracias por asomaros a este mercado etéreo.
Como de costumbre, muy bueno.
ResponderEliminarAunque hace tiempo que no comento, sigo asomándome por este mercado etéreo, maestro.
Esta entrada me ha recordado ─no sé muy bien por qué, pues ya sabe que el recuerdo es un ente de condición arbitraria─ un célebre poema de Oliveiro Girondo: llorar a lágrima.
Saludos.
Yo lloro cuando río, ¿hay algo más contradictorio?. Te aseguro que si paro de reírme parece que estoy llorando.
ResponderEliminarSi quieres leer mis "Besos",así las lágrimas pueden resultar otra existencia. Me gustaría.
Por cierto, creo que hay un corto de Alfred Hitchcock donde a una persona que se le da por muerto, le salva una lágrima.
Saludos.