lunes, 7 de febrero de 2011

CONCURSANTES ETERNOS


Entre cosa y cosa, nos pasamos la vida concursando, compitiendo. Incluso desde antes de nacer ya andamos metidos en una competición a vida o muerte, y nunca mejor dicho: estamos aquí de pura chiripa, gracias a que nuestro socio espermatozoide llegó el primero al óvulo, entre miles de contrincantes empeñados en pegarle un picotazo germinal al óvulo en cuestión. Nuestro espermatozoide ganó la carrera, y miles de colegas suyos se quedaron por el camino, desnortados, con cara de póquer, sin entender muy bien qué había podido fallar, porque ellos no hicieron más que salir embalados, sin distraerse, sin pensar en otra cosa que no fuese el óvulo, el picotazo, con un firme sentido del deber genético.

En el colegio, competimos en sabiduría con los demás aspirantes a la sabiduría, y nos ponen incluso nota, para que podamos enorgullecernos de nosotros mismos o bien sentirnos humillados, aunque eso en el fondo es lo de menos, porque donde en realidad compiten los colegiales es en el terreno deportivo, formando equipos que ganan copas plateadas o que se beben la copa amargosa del fracaso.

Cuando alguien termina una carrera universitaria, se ve obligado por lo general a preparar oposiciones, que viene a ser una despiadada competición mental, una apuesta bien fuerte, porque lo que está en juego no es sólo el futuro, sino también el presente inmediato: no puedes hipotecarte si no tienes nómina. Y venga temarios, y venga café, y venga machacarte la memoria. Y luego a competir con miles de tipos que han tenido la misma ocurrencia que tú, que se han bebido los mismos litros de café que tú, que están igual de pálidos que tú porque no han visto el sol durante muchos meses.

Haga uno lo que haga, se dedique a lo que se dedique, está siempre concursando o compitiendo, porque la vida la hemos estructurado como un concurso o como una competición. A veces, competimos contra nosotros mismos, avivando nuestra ambición y nuestra estima, hipnotizándonos ante el espejo: “Puedes aspirar a más. Tú puedes aspirar a más”. Y te pones a aspirar a más. Y compites con la comodidad y con la desgana, porque sabes que puedes aspirar a más, a ser más, a ser tu mega-yo, tu propio superhéroe, tu propio ídolo, un tipo admirable que luchó contra sí mismo para aspirar a más, porque un día decidió aspirar a más. A más. A un poco más.

Y, cuando ya eres más, un poco más, tienes que mantenerte ahí, según avisa uno de esos miles de tópicos ramplones que pasan por ser dogmas: “Lo difícil no es llegar, sino mantenerse”. Y te pasas la vida manteniéndote, manteniéndote ahí arriba, para que ningún otro ambicioso te desplace de tus alturas, esas alturas alcanzadas con sudor y sacrificio, porque tuviste el coraje de aspirar a más. A un poco más. Y ahí andas, defendiéndote, defendiendo tu territorio conquistado, tu parcela de universo, tu aspiración cumplida, porque muchos otros la ansían, esos otros que también han tenido la idea luminosa de aspirar a más, a costa de lo que sea.

Nos pasamos la vida compitiendo. Nos pasamos la vida concursando. Por encima incluso de nosotros mismos. Y luego, el día menos pensado, nos morimos. Pero para eso hemos inventado el remedio de la inmortalidad. Y el juego sigue: infierno, paraíso o purgatorio. Y qué cansancio.

10 comentarios:

  1. Pufff... y qué gran verdad, qué frenesí, qué asquito de vida cuando se la reconoce como una carrera de fondo o un puñetero e impúdico acto administrativo. De punta se me ha puesto el vello cuando me he reconocido en sus letras entre esos litros de café, Don Felipe.
    Con su permiso enlazo sus palabras en mi blog de aula. Mis chavales deben leer esto.

    Gracias y un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Uff, espero ser la primera en hacer un comentario en esta entrada.
    Al menos ya que no aspiramos al paraiso de la mano de Dante a ver si conseguimos ganar un rasca para el supermercado.

    Saludos, maestro
    MArian

    ResponderEliminar
  3. Uh.

    Nos morimos y ya. Y a la peña se le queda una cara de pasmo, ya sempiterna (es decir, de ahí a forever), cuando se desintegra (la peña) en moléculas orgánicas, ni más ni menos que lo que le pasa a una lombriz, porque ¿qué nos diferencia de ellas, al fin y al cabo?).

    No puedo estar más de acuerdo con Usted, Maese Benítez. Y lo peor es que uno vive rodeado de tipos avasalladores que parece que están todo el día al lado de uno corriendo los cien metros lisos, cuando lo que uno quiere es que lo dejen en paz.

    (Nota chulesca: luego uno se rasca la ceja y, por suerte o por talento, consigue lo-mismo-o-más que el que no hacía más que dar botes y resoplar como un marathoniano y... cómo lo odian a uno, entonces. Viva Rossini).

    ¿Conoce la palabra "calobiótica"?, Maese Benítez? Échele un ojillo al diccionario, écheselo. Luego uno le da su propia serie de acepciones, aparte de la del diccionario...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Buenos días Felipe, a medida que iba leyendo tu artículo me iba cansando de tanta competicón y de tanto concurso, pero qué le vamos a hacer he llegado hasta el final. Yo hace mucho tiempo que decidí ser un despreocupado, porque ir de un lado para otro con la lengua fuera no me gusta, soy más partidario de ir tranquitito, tanto si si llegas a algún sitio como si no, y como ya me estoy cansando de escribir y además no quiero cansar más a los que me puedan leer lo dejo. Muy bueno tu artículo como siempre. Felicidades
    Un abrazo
    Primitivo

    ResponderEliminar
  5. Pues yo como Primitivo, hace tiempo que me bajé del carro ese de la competición... A disfrutar haciendo lo que uno hace y nada más.
    De nuevo salgo contenta de pasar por aquí... Salud!

    ResponderEliminar
  6. Yo compito por ser el último en contestar, pues, según dice un libro de mitología católica, los últimos serán los primeros.

    Un placer leerle, Felipe.

    ResponderEliminar
  7. Felipe, por primera vez voy a tutearte, pues así es como muestro yo mi mayor respeto, e intervengo de nuevo para agradecerte en mi nombre y en el de mis alumnos esta reflexión tuya sobre la competitiva vida. No sabes el juego que está dando estos días y lo mucho que mis chavales del IES "Miguel Hernández" de Ocaña están aprendiendo con ellas. Ya vamos por 22 comentarios, y subiendo. Por si quieres echar un vistazo nos encontrarás en http://avutardashistericas.blogspot.com/2011/02/concursantes-eternos-de-felipe-benitez.html

    Lo dicho: en su nombre y en el mío propio, GRACIAS, MAESTRO.

    ResponderEliminar
  8. Cuando jugaba con mis amigos al baloncesto, hace ya ..., como decía, me importaba un pito ganar o no, ser el más bajito, no meter canasta, etc pero disfrutaba; en serio, recuerdo no apurarme ni discutir jamás por una jugada, y quedarme estupefacto por las discusiones interminables de ellos sobre una personal u otra infracción del juego, que hacía que nos demorasemos en lo más importante; lo antagónico de la competición es el disfrute, la fruición del juego por el juego; la realidad es como V.E. describe, aunque no toda, por fortuna.

    ResponderEliminar
  9. En la biblioteca del colegio hemos creado el club del dragón y entre los dragones más importantes está OMSIMOY (el dragón, Yo mismo) en un intento de poner sentido común al frenesí del consumo de marcas, la insolidaridad y la competitividad.
    Nos pasamos el tiempo, como bien dices, Felipe, competiendo contra todo y ,a veces , en contra de nosotros mismos. Al final ni la muerte nos deja en paz, porque pensamos haber dejado suficientes marcas, huellas, relatos, actos como para que sigan compitiendo en nuestro lor, cuando faltemos.
    Así las cosas, por si se puede hacer algo con los “más nuevos” seguiré con OMSIMOY.
    Gracias por tu blog. Un fuerte abrazo desde Logroño

    ResponderEliminar
  10. Muchas gracias a todos por los comentarios.

    ResponderEliminar