domingo, 26 de septiembre de 2010

NICOTINA Y TRASTORNO
























.

Cada vez que leo en un periódico una noticia científica, acabo sabiendo menos de lo que sabía del asunto científico en cuestión, así supiese lo mínimo, o nada, que es lo frecuente. “7 de cada 10 fumadores son adictos a la nicotina o tienen desórdenes mentales”, leo hoy en un titular, y me quedo un poco mareado, porque la verdad es que no logro establecer una conexión directa entre el hecho de fumar y el hecho de padecer desórdenes mentales, excepción hecha, por supuesto, del desorden mental que de forma intrínseca supone el hecho de pasarse una buena parte del día echando humo por la boca, o por la nariz, y algunos hasta por las orejas, porque hay quienes dominan ese dificultoso malabarismo. Además, ¿qué ocurre con los 3 restantes de esos 10 fumadores? ¿No son adictos a la nicotina? ¿Gozan de excelente salud mental? Por otra parte, ¿puede uno tener la mala suerte de que le toque en la lotería estadística el ser adicto a la nicotina y el ser al mismo tiempo un desordenado mental?


Sigo leyendo: “Un informe de la Administración estadounidense determina que la dependencia de la nicotina predomina en alcohólicos y en afectados por desórdenes de personalidad”. Y mi mareo aumenta. Porque vamos a ver: si las tabacaleras se caracterizan por añadir al tabaco sustancias adictivas para que todo fumador se transforme en adicto a sus productos, ¿qué pintan los alcohólicos en esto? Y, por otra parte, ¿qué clase de desórdenes de personalidad específicos padece un fumador, al margen del desorden de personalidad que implica el hecho de estar enriqueciendo a quienes están envenenándolo?


Pero sigo leyendo: “Según los Institutos Nacionales de la Salud, casi una tercera parte de la población norteamericana está o estará afectada en algún momento de su vida por problemas psiquiátricos”. Y yo me pregunto: ¿se vuelven locos los norteamericanos por culpa del consumo de tabaco, se lanzan los locos al consumo de tabaco por el hecho de estar un poco majaras o bien una mezcla imprecisable de ambas opciones? Misterio.


Aún dispongo de un poco de ánimo para seguir leyendo: “Los adictos a la nicotina y las personas con problemas psiquiátricos consumen el 70% de todos los cigarrillos que se fuman en Estados Unidos”. Y sigo sin entender: ¿qué relación existe entre la adicción a la nicotina y los problemas psiquiátricos? ¿Por qué forman una categoría solidaria los clientes de los estancos que no son clientes de los psiquiatras y los clientes de los psiquiatras que a la vez son clientes de los estancos? Por la misma regla de tres, supongo que podríamos leer una noticia del tipo siguiente: “Los aficionados a las películas terror y los simios de los zoológicos consumen el 70% de los cacahuetes que produce China”.


Es lo que les decía al principio: las noticias científicas que leemos en los periódicos son de temer, porque acabas no ya más ignorante y confundido que antes de leerlas, sino también angustiado. Tan angustiado, que yo por lo menos voy a encender ahora mismo un cigarrillo, porque no sólo soy adicto a la nicotina, sino que además me temo que mi personalidad se trastorna bastante ante los enigmas irresolubles. Mala suerte.

jueves, 16 de septiembre de 2010

FRASES


.

Oído hoy a un vendedor de cupones
: "¡Compradme algo, que estoy más tieso que la picha de un novio!".

Se lo comento a un amigo que me comenta a su vez algunas expresiones oídas por ahí:

-Sobre un deportista: "Tiene menos fondo que una lata de anchoas".

Y la mejor de todas: "Hace más calor que persiguiendo camellos".

(Otra que oí en una calle de Cádiz: "El pobrecillo tiene menos dientes que un pato de goma".)


domingo, 12 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE











.

No me gustaría poner en duda la identidad de nada, pero mucho me temo que, en esta tierra, las cuatro estaciones meteorológicas se reducen en realidad a dos: el invierno y el verano. El otoño y la primavera son aquí unos meros fantasmas terminológicos, épocas del año que padecen una indefinición intrínseca: en otoño no sabes si vas a helarte o si vas a poder darte un chapuzón en la playa, y en primavera jamás sabes si la boda o la barbacoa se te va a malograr por culpa de un diluvio. Ahora bien, con el invierno y el verano juegas sobre seguro, porque son estaciones de carácter fuerte, poco dadas a veleidades. Es muy difícil que en diciembre tengas que ponerte bronceador, y muchas cosas extrañas tendrían que ocurrir para que tuvieras que echarte una manta por encima en pleno mes de julio (que un mago vengativo te convirtiese, no sé, en un pollo ultracongelado, por ejemplo).


Cada una de estas dos grandes estaciones nos trae una dosis de amnesia. En invierno, nos olvidamos por completo del gazpacho con guarnición, del ventilador de cinco velocidades, de las chanclas de diseño anatómico y del tinto carbonatado con casera, que son conceptos imprescindibles en verano. En verano, nos olvidamos por completo del caldo de gallina, del edredón de pluma de pato noruego, de los calcetines de tres centímetros de espesor y del frenadol complex, que son factores ineludibles en invierno. Te echan por encima un jersey de lana el 15 de agosto a las tres de la tarde, pongamos por caso, y lo menos que te provoca es una urticaria. Te traen los reyes magos el 6 de enero un flotador en forma de cisne y un escalofrío te recorre la espalda, porque te parece mentira que alguna vez te hayas sumergido en el ancho mar o en una simple piscina pública. Vive uno así, acordándose y olvidándose de cosas según los dictados del termómetro, y eso enrarece bastante la vida.


En invierno eres un rostro pálido y en verano pareces un indio cheroke, lo que a la fuerza provoca problemas de identidad, porque te miras en el espejo en pleno invierno y echas de menos a aquella especie de mulato postizo en que lograste convertirte durante tu veraneo, y ves allí una cara del color de la cera litúrgica, y, mientras te afeitas, llegas a pensar que eres el primo del conde Drácula en vez de aquel alegre caribeño de impostura que salía cada noche de agosto con una camisa de colores vivos a castigar las barras de los bares con una pose vacilona de latin lover, tarareando baladas que hablaban de amores bravíos o marcando con el pie los compases del son o del merengue.


Las intrépidas amas de casa que se han pasado dos meses yendo al supermercado en biquini y con un pareo de tul ilusión amarrado a la cintura, como si fuesen bailarinas polinesias, sienten de pronto un extraño pudor que les obliga a bajarse un poco la falda cuando se sientan en la cafetería, y tal vez no duden en escandalizarse cuando vean a una adolescente trotar por las calles otoñales con una minifalda.


Ha llegado septiembre, en fin, y ya tenemos que empezar a olvidarnos de bastantes cosas y a recordar muchos olvidos, porque todo no cabe en la memoria, esa forma fantasmagórica del tiempo.


.

martes, 7 de septiembre de 2010

EX PRESIDENTES




















.


Ojalá me equivoque, pero mucho me temo que, a veces, ser ex presidente de un gobierno resulta más difícil que ser presidente de un gobierno. ¿Por qué? No lo sé, pero el caso es que uno no puede evitar acordarse de las miss mundo salientes cuando oye hablar a un ex presidente de gobierno, que siempre tiene algo de rey destronado: ese aire majestuoso de petulancia y de héroe venido a menos, propio de alguien que ha tenido un país en la mano y que ahora se limita a tener en la mano un rastrillo de jardinería o una raqueta de pádel.


Para aspirar a la presidencia de un gobierno supongo que hay que disponer de un tipo peculiar de carácter. Conozco a gente que aspira a ser gerente de una empresa, a ser un carpintero fiable o a ser un médico eficaz, pongamos por caso, pero no conozco a nadie que aspire a ser presidente del gobierno, aunque tengo que reconocer que mi círculo de amistades no es demasiado amplio. Quien aspira a la presidencia de un gobierno debe de alimentar algún tipo de síndrome de redentor, porque no creo que nadie aspire a ese cargo con el convencimiento de que va a llevar su país al desastre, aunque el fluir de la Historia nos indica que de todo hay. Cuesta trabajo, en fin, imaginar cómo trataríamos a un amigo que un día proclamase su aspiración a la presidencia del gobierno, y no habría que descartar que le atribuyésemos un trastorno más o menos napoleónico.


Cuando un presidente de gobierno está en activo se ve obligado a aparentar sensatez, prudencia y mesura en su discurso, porque los presidentes majaretas no creo que tengan demasiado porvenir fuera de Venezuela. Ahora bien, cuando un presidente de gobierno se jubila como tal, hay ocasiones en que uno no puede dejar de sentir un poco de compasión por esa figura lastimosa que anda por ahí ofreciendo soluciones para un presente que ya no le corresponde solucionar y que recuerda a esos borrachitos que se dedican a evocar en los bares sus glorias pasadas, entre las medias sonrisas de su auditorio. Bien es cierto que muchos ex presidentes se dedican a dar conferencias con caché de artista triunfal, con ese aire olímpico de quien conoce los entramados más recónditos del mundo, de quien esconde en la manga los grandes remedios, de quien arreglaría esto en dos mañanas, al margen de que en su época de gobierno se dedicase a dar bandazos.


Son pocos, pero ahí están, y habría que hacer algo por ellos, porque de lo contrario van a tener una mala vejez: recordando menos lo que hicieron cuando les tocaba que lo que pudieron haber hecho cuando les tocaba hacerlo a otros, porque casi nadie se sustrae a la tentación de dar lecciones magistrales a toro pasado. Compremos varias islas, no sé, y mandémoslos allí en condición de virreyes, por ejemplo. A ver si de ese modo se aplacan, digo yo.


.