viernes, 26 de marzo de 2010

LA SEMANA



Ya huele a incienso, o casi. Ya huele a cera, o casi. Ya está ahí. A la vuelta de la esquina. La semana. Con sus siete días de penitencias aliviadas con música y con caramelos. La mascarada doliente. La cabalgata de los pecadores. El tan tan ratratán. El tituriru.

Ya están los partidarios de María Santísima de los Siete Puñales, como quien dice, haciendo cola para sacar la papeleta de sitio, y eso es lo bueno que tienen las procesiones: que siempre hay plazas disponibles, al contrario que en los hospitales. Ya están los devotos del Cristo del Perdón Infinito, por así decir, planchando su capa púrpura, su antifaz de raso negro, su túnica blanca con botones verdes, que ni a Victorio ni a Lucchino juntos se les ocurriría una cosa así, un atuendo de tantísimo ringorrango y majestad.

Ya están los musiquitos marciales sacando brillo a su corneta, cepillando el gorro emplumado de húsar, dando lustre a sus entorchados y charreteras. Ya están algunos dejando reluciente su coraza de centurión romano, su espada imperial, su casco con penacho de plumas ondulantes. Ya están desempolvando los capataces el terno azul de las grandes efemérides. Ya sueñan los costaleros con su epopeya hercúlea, al ritmo de trombosis de los trombones y al son de claridad de los clarinetes. Y de los tambores. Y de los timbales. Y del gong majestuoso, que siempre que suena parece anunciar la aparición entre fumarolas de Fu Manchú.

Ya queda poco. Ya queda nada. Ya se huele la cera. Ya se huele el incienso. Esto ya huele a gloria. Tan tan ratatrán.

Vas por la calle de Nuestra Señora de las Angustias en dirección a la calle del Espíritu Santo y te ves obligado a desviarte por la plaza de la Virgen de la Merced, atajar por el callejón de Nuestro Padre Jesús Cautivo y cruzar a toda prisa la avenida del Santo Sepulcro, porque en ese instante entra majestuoso en la antedicha calle de Nuestra Señora de las Angustias el paso de caoba y oro del Cristo de los Ocho Cilicios Caído Tres Veces en el Calvario, y al regreso tendrás que desviarte por la ronda de Jesús de la Salud para llegar a tu casa, sita en la calle de San Pablo Miki, porque el paso del trono de plata churrigueresca de María Santísima del Octavo Dolor estará inundando de esplendores penitenciales la plaza de San Alfonso María de Liborio.

Ya está ahí. Ya se huele. Todo llega, cofrades: las largas madrugadas errabundas, el calor litúrgico de los cirios, la luna de plata reflejada en los candelabros de plata, la algarabía barroca de chimpampunes y de voces de mando, la perspectiva cónica de los capirotes… Inolvidable. Cada detalle resulta inolvidable. Ratatrán.

En las peñas flamencas, los cantaores compiten en desgarro, melodramatismo y ayayay para ganar el concurso de saetas. A la puerta de los templos, las furgonetas de las floristerías descargan rosas y claveles, lirios y tulipanes, azucenas puras y orquídeas pecaminosas. Los pasteleros levantan pirámides ambarinas de torrijas. Los desesperados hacen su lista oficial de reclamaciones para leérsela a las divinidades ambulantes.

Ya está aquí. Ya llegó. Siete días con sus noches. Tiruriru. Buena suerte. Y ánimo.

.

5 comentarios:

  1. Esa es la España cañí, la de la peineta y la del luto para toda la vida y como las tradiciones son como las herencias, se van trasmitiendo, pues ahí están, espero que no hasta el final de los tiempos.
    Muy buen texto.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Excelente, muy-muy bueno. Sólo tengo una duda : ¿ dónde está dios ?.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. En todas partes, Maese (o Maesa, que no sé deducirlo) L.N.J.

    Es decir, está difuso.

    Debo decir que a mí la Semana Santa ni me sulivella lo más mínimo. Tal vez demasiadas me pegué de vacaciones en un famoso pueblo de Almería (que entonces no era más que una pedanía de Dalías y ahora tiene más sucursales bancarias que cuatrocientos Manhattans juntos) (eh, que es una hipérbole gaditana, no se lo tomen a lo literal), pueblo, decía antes de ponerme a divagar, en el que había una sola iglesia con un cura displicente y sin una mala talla.

    Así que "no tengo tradición de".

    Y aparte, no me gusta la estética gore.

    Qué le vamos a hacer, me arrogo el derecho de tener mis propiso gustos...

    ResponderEliminar
  4. Este no es un mercado de espejismos, no hay espejismos en lo que tan estéticamente y con tanta verosimilitud cuenta usted, Sr. Benitez. No se hace este "trabajito" para desenfocar ninguna atención , ni con el fracaso asegurado. Y el que no lo entienda , que no lo compre.

    Dudo que ni siquiera sea un mercado, en todo caso un mercado para mover emociones, tradiciones (las nuestras), el latir de un pueblo que vive en profundidad el papel que juega en esta manifestación de verdadero sentimiento popular.

    Gracias por hacerme estar ahí, corriendo las calles, soportando en mis espaldas el peso de los pasos, llorando con la Dolorosa o buscando la mejor esquina para admirar como bailan al son de la música el paso repleto de cirios, faroles, flores y la iconografía de nuestra civilización, o ese rincón donde sabemos que quizás podamos escuchar la saeta desgarrada de un espontáneo.

    Ya estoy allí, no en Colonia, sino en su tierra del sur.

    ResponderEliminar
  5. Lourdes, así me llamo.

    Gracias por responderme a la pregunta, de todas maneras iba con otras intenciones.

    Aún así, respeto todo tipo de creencias, costumbres e ideologías.

    Sinceramente, no me gustaría creer que dios está en todas partes, la sensación de no tener intimidad, me preocupa un poco.

    Habría tanto que hablar !!! , o mejor callar.

    Saludos.

    ResponderEliminar