Ha muerto Les Paul. A los 94.
A principios de los 90, le vi tocar en un club neoyorkino, con dos guitarristas de acompañamiento.
Silvia y yo vimos el anuncio a última hora en Village Voice y salimos corriendo para allá. No había entradas. El portero se prestó a remediar el desastre. Habló con una pareja que ocupaba una de las mesas y le preguntó si no le importaba compartirla con nosotros. No le importó. Y, de vernos en la calle, nos vimos en primera fila.
Más que su música, me atraía de Les Paul su condición de diseñador de guitarras, en su trono compartido con Leo Fender. Cuando yo tocaba en grupos, tuve una Les Paul de principios de los 70 que le compré por muy poco a un militar americano que andaba por la Base de aquí. Había soñado con tener una desde los 12 años. Pero -lo que son las cosas- no me entendía con ella, y con las guitarras hay que entenderse muy bien. Para los solos resultaba magnífica, con una pastilla de agudos de mucho mordiente y con una pastilla de graves muy densa, muy solemne y aterciopelada. Pero para las partes rítmicas era imposible: formaba una nube confusa, y no me veía capaz de ecualizar aquella especie de tormenta. Ante la insistencia de un amigo con más afán domeñador que yo, acabé -qué tontería- vendiéndosela.
La música de Les Paul, cursi y maravillosa, solía sonar con frecuencia alarmante en los ascensores y en el piano-bar de los hoteles en los años 6o y 70, y de ahí su inmerecido descrédito: mera música ambiental, esa aberración contemporánea: la música quieras o no quieras.
A Les Paul, en fin, se le podía oír tocar a dos metros de tu mesa por veinte dólares, en un pequeño club de la Tercera Avenida en el que cabían apenas cincuenta personas.
Un hijo suyo con aspecto de poca desenvoltura manejaba una cámara de vídeo para grabar la actuación. Les Paul pidió un aplauso para él: "My son", dijo, señalándolo con la misma prosopopeya con que hubiese señalado, no sé, a Alfred Hitchcock o a John Huston.
Al término de la actuación, Les Paul firmó varias guitarras de sus modelos a algunos mitómanos que andaban por allí.
En la puerta del club, su hijo, con gesto cándido de no enterarse de gran cosa, sostenía con las dos manos un cartelón en el que podía leerse: "La verdadera historia de Les Paul. Sólo dos dólares"; a su lado, encima de un taburete, había una pila de pliegos con la verdadera historia del hombre mítico que en ese instante se tomaba un vaso de agua en la barra.
"The dreams that you dare to dream..."
Hoy lo recuerdo tocando, sonriente, "Over the Rainbow", allí, a apenas dos metros de la mesa que compartíamos con unos desconocidos, en un tiempo que su muerte convierte ahora en legendario o tal vez en fantasmal, quién sabe, desconcertante y fugaz como todos los arco iris.
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De Les Paul sólo sabía que había sido uno de los grandes investigadores y diseñadres de guitarras, por algo que había leído por ahí y por supuesto por el homenaje que le tributa Gibson con su célebre modelo.
ResponderEliminarYutubeando un poco he oído alguna de sus memorias musicales grabadas y me he quedado gratamente sorprendido.
Gracias por su presentación y pesar por su pérdida.
Tuve la fortuna, por no decir la suerte, de escucharlo, y desde entonces, mi pasión es la guitarra, eléctrica claro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo soy más de Strato:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=jLD1Eebsi1o
Les Paul tiene un disco a medias con Chet Atkins que es digno de ser oído, e incluso los que hacía con Mary Ford en sus comienzos, que parecen la banda sonora del Manual del Buen Esposo Americano, ofrecen unas líneas de guitarra sorprendentemente elásticas y veloces. Yo creo (a juzgar por lo que he visto en Youtube) que en los últimos tiempos había perdido gran parte de la capacidad acrobática, que al fin y al cabo es lo que mitifica a los guitarristas. Un caso opuesto sería el de el violinista Stephane Grappelli, antiguo compinche de Django Reinhardt, que con noventa tacos seguía dibujando escalas zíngaras a la velocidad del rayo por medio mundo, con su camisa hawaiana.
ResponderEliminarLas dos guitarras eléctricas que atesoro son, por cierto, Les Paul: una Gibson faded amarilla con doble cutaway y pastillas P-90 que compré por Internet y una genuina Maison Let's Play de los ochenta, con la que he crecido / envejecido y que, una vez trucada y ajustada se deja tocar y suena sorprendentemente bien. Me dijo el luthier que es porque la caoba de esos años era mejor que la de ahora y los operarios coreanos se esmeraban más en las fábricas clandestinas, o algo así.
Aquí, una extensa necrológica de Les Paul que incluye fotografías y un video interesante (pero en inglés).
Gracias, maestro, y sin embargo amigo, por el homenaje. Y eso, hay que recordarlo tocando, "desconcertante y fugaz como todos los arco iris".
ResponderEliminarVas entonces bien de guitarras, Camilo.
ResponderEliminarJesús, yo también soy más de strato. Tengo una de principios de los 90, modelo Strat Plus Deluxe, que suena maravillosamente.
La strato -los modelos buenos, pero también los regulares- me parece la guitarra más perfecta: versátil, cómoda, con capacidad de adaptación a cualquier música y a cualquier músico.
Gracias a los demás por vuestros comentarios.