miércoles, 1 de abril de 2009

UN PRINCIPIO INCONCRETO




UN PRINCIPIO
INCONCRETO

(Artículo publicado en EL CULTURAL de El Mundo,
en la sección PRIMERA MEMORIA)


Sonará raro, pero no tengo conciencia de ningún primer libro como tal. Lo primero que publiqué, en 1979, a mis 19 años, fue un cuadernillo de poemas. Lo titulé Estancia en la heredad, aunque no sé qué puede sugerir ese título, en el caso de que pueda sugerir algo. Salió como separata de una revista que llevaba yo en mi pueblo con unos amigos aficionados a las divagaciones. Se hicieron 350 ejemplares.

En 1982 publiqué el que sería, en rigor, mi primer libro de poemas: Paraíso manuscrito. Hace años, me hubiese dado apuro decir que ese título me vino a lo largo de un sueño. Hoy ya no. (La anomalía, como saben ustedes, tiene precedentes ilustres y mucho más graves: el poema “Kubla Khan” de Colerigde, sin ir más lejos.) Alguien, a lo largo de ese sueño, me decía que había escrito un libro titulado Paraíso manuscrito. Cuando desperté, comprendí que ese alguien era yo.

El libro reúne los poemas que escribí entre 1979 y 1981. Mejor dicho: algunos de ellos, porque a esa edad resulta muy cómodo el tránsito de la revelación estética al desengaño estético, a veces en cuestión de horas, quizá porque anda uno configurando un modo de entender la poesía en general y un modo particular de escribir poemas, así que la inseguridad se alía con el optimismo, que es una alianza bastante exótica. El resultado –se me olvidaba decirlo- suele ser una escritura excesiva: cree uno que es suficiente que se le ocurra un poema para poder escribir un poema, cuando el proceso suele ser muy diferente: escribir un poema para intentar que ocurra un poema, al margen incluso del poema mismo. De todas formas, ese casi obligado periodo de escritura entusiasta lo pasé en la adolescencia, en torno a los 16 años, y llegué a la mayoría de edad con el ánimo más sosegado; es decir, con más prejuicios a la hora de escribir, y me gusta suponer que esos prejuicios constituyen una guía indispensable para quien no quiera perderse en los laberintos de sus propias ocurrencias.

Mi primera novela la titulé Chistera de duende. Mi primera novela publicada, claro está, ya que la primera empecé a escribirla a los 14 años, una edad mala para casi todo, aunque me temo que especialmente mala para escribir novelas. Creo recordar que llegué a la página 12, y ya resultaba heroica aquella extensión, porque lo cierto es que no sólo no sabía qué hacer con los personajes, sino que ni siquiera atinaba a configurarlos de la forma esquemática en que se traza un monigote en un papel: me limitaba a darles un nombre, que es tal vez el atributo ínfimo en la escala de necesidades de un personaje de novela -a menos que se trate, claro está, de una novela rusa.

Un día de 1989, Abelardo Linares me preguntó qué estaba escribiendo y le dije que acababa de terminar una novela. “¿Qué vas a hacer con ella?”, y no supe qué contestarle, porque la verdad es que no se me había ocurrido darle ningún destino. Me dijo que le gustaría leerla, de modo que se la envié, la leyó y, metido a agente espontáneo, se la hizo llegar, en una operación para mí secreta, a Pere Gimferrer, poeta postsimbolista y editor de Seix Barral.

A los pocos meses, me telefoneó Gimferrer y, a través de esos rodeos metafísicos que sólo él sabe dar para llegar a la formulación de un aspecto práctico, me dijo que estaba dispuesto a publicarla. Le di las gracias, firmé un contrato, corregí pruebas y me olvidé del asunto, hasta que, año y pico después de aquellos trámites, en enero de 1991, me llegó a casa un paquete con ejemplares de aquella Chistera de duende, que es un título que consiente una dislocación: ninguno de los duendes que conozco va tocado con chistera, al contrario, por ejemplo, que el Sombrerero chiflado de Carroll –y también en buena parte de Tenniel, que le dio un aspecto concreto e inmodificable a la entelequia.

Y todo parece que ocurrió ayer mismo.

6 comentarios:

  1. Me alegro que te hayas embarcado en esta singladura virtual y hayamos coincidido en el tiempo. Un abrazo de tu amigo sopero.

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  2. Hola Felipe, bienvenido a la blogosfera! Me ha sorprendido ver tu enlace en la página de José M. Benítez Ariza... te tenía por "autor sin web".

    Te leeré, también, aquí.

    Saludos

    Judith Gallimó

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  3. Hola. Soy escritor aficionado desde hace ya unos años. Lo cierto es que como supongo que le pasa a tantos escritores, buenos y malos, no sé si mi obra tiene calidad como para ser publicada. Para tratar de sacar algo en claro tomo apuntes de aquí y de allá, y así trato de aprender todo lo posible sobre este raro oficio. Bien. Al grano... Ud. dice que el poema debe ser escrito (o eso he entendido) con la intención consciente de que este ocurra. Lo que supongo quiere decir que el poema, como decía Octavio Paz, debe cumplirse en la historia. Bien. Tal vez piense que soy un pobre insensato por hacerle una pregunta que, en realidad, tiene algo de confesión, pero no puedo evitarlo, así que ahí va: ¿cómo logra uno que un poema ocurra? Y si no es mucho abusar de su paciencia, me gustaría saber si en verdad cree que un poema que no se "realiza" no es un poema verdadero.

    Siento ser tan imprudente, pero me ha picado la curiosidad la entrada y no he podido reprimirme.

    Gracias y un saludo.

    Diego M.N.

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  4. ¿Nos conocemos? Yo diría que no (si es así, mi desmemoria es una hija de puta). Hay que remediarlo, pues. Ha sido un placer leerte siempre, qué digo, ha sido todo un descubrimiento leerte. Me has dejado sin palabras al abrir este mercado de espejismos. Estoy aún contra las cuerdas del impacto, "sin oxígeno, como un pez ahogándose en un cajón", que diría el otro. Pues eso, que estás más cerca.

    Yo te imagino desabotonando palabras, limando conceptos, apuntalando rosas, recortando adjetivos y atornillando ideas y devociones. Y con el toque elegante del ebanista, escondes y mientes tu serrín y nos enseñas solo la joya última y secreta. Si eres como yo creo que eres, tú no te rindes a la frase fácil, al juego de palabras ramoniano que podría esconder una gran verdad pero que, las más de las veces, es mero enredo bailando en el vacío. No. Tú siempre ves el otro lado de las cosas.

    No quieras bajarte de la barra, mudarte a otro barrio, amar lo que ya desestimaste hace tiempo solo porque lo diga el tiempo. Porque, por un momento, subimos por encima de nosotros mismos, nos sentamos a medio camino entre tanto y todo, sacamos una pierna al aire de lo que creemos y notamos que no hace tanto frío ni es tan mala la literatura como la pintan.

    Es tu poesía delicadamente bella (siempre lo ha sido para mí), sin artificios inútiles, sin golpes de efectos sin sentido. He aquí la verdadera poesía. (En la Literatura, salvo brillantes excepciones, lo ininteligible no parece más que un fraude.) Es como uno de esos mecanismos de relojería, tic-tac, tic-tac: minuciosa y bellísima, ya digo. Qué bien cerrados están todos tus poemas, con qué cuidado lo has hecho, pura artesanía. Qué bien te escolta la palabra justa. Lluvia fantasmal y lírica. Estoy, sin duda, ante un cronista de las pequeñas cosas, modelista de miniaturas melancólicas, que ordena el mundo con sencillez y detallismo. Qué difícil la sencillez, que en ti es depuración, síntesis: no dices más de lo que quieres decir. Se trata de decir las cosas como son, y lo logras, claro que lo logras, qué talento. Te creo capaz, sí, tanto de afinar el instrumento de la naturaleza como de meter a un niño en un adjetivo. La música, siempre la música, porque el poeta no ha de tener musa -como dice el tópico-, sino música. Y es la música tu enfermedad secreta, callada y constante como el agua o como lo es acaso el tic-tac de un reloj que nunca se detiene.

    Gracias por tantas cosas, maestro, por el rato al aire libre cada día.

    Qué ramos de palabras recién golpeadas contra el agua del pecho. Qué bien se vive con tus libros solo, que bien se sueña bajo el sol que llueve, sí, ese espejo que llevas en la espalda y en el que se refleja la vida de otra forma.

    Recuérdalo feliz: eres como escribes. Devolvamos, entonces, su prestigio a las palabras.

    Aquí estaré, esperando tu voz.

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  5. A COLORPRIMARIO.

    Tu pregunta requeriría un tratado como respuesta. Pero vamos a intentarlo: hay poemas que, aun estando muy bien concebidos, muy bien escritos y muy bien desarrollados, no consiguen traspasar todo eso y se quedan en artificio. Para que el poema "ocurra" es posible que resulte indispensable la concurrencia de un factor que está por encima de las argucias retóricas. ¿Cuál es ese factor? No lo sé. Quien lo sepa tendrá la llave de oro.

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  6. A ALEJANDRO LÉRIDA.

    Gracias. Me sonrojo con tus comentarios, pero te los agradezco.

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