(Publicado el sábado en prensa)
De las pocas cosas que uno
aprende después de muchos años de escribir artículos en prensa es que no deben
arriesgarse profecías, en parte por lo que la deriva de la realidad tiene de
imprevisible, aunque sobre todo por lo que tiene de absurda. Pero, comoquiera
que estamos en verano, que es una estación que propicia las
irresponsabilidades, me atrevo a suponer que tanto Pedro Sánchez como Pablo
Casado tienen las horas muy contadas en sus flamantes ocupaciones.
Como
presidente del gobierno, Sánchez afronta un problema de solución difícil:
presidir una empresa que a sus accionistas mayoritarios les interesa que entre
en bancarrota, a no ser que demos por supuesto que a los partidos que le
apoyaron en la moción de censura les conviene que una buena gestión gubernamental
les arrebate votos en las próximas elecciones: la ingenuidad sólo acierta de vez en cuando. Y el caso es que a Sánchez le va
bien, sobre todo porque, más que gobernar, está haciendo una campaña electoral
anticipada desde el gobierno: una política de música de violines.
Sobre
el papel, se supone que los políticos están en su cargo para asegurar el bien
común y no para asegurar el bien partidista, pero la suspicacia nos susurra que
la alianza que puso en la calle al gobierno moralmente insostenible de Rajoy no se debió
tanto al hartazgo moral –a fin de cuentas, el historial de corrupción del PP
venía de muy largo- como a la impaciencia electoral: promover un gobierno
transitorio y probar suerte en las urnas… en cuanto Ciudadanos cayese en las
encuestas. De paso, se satisfacía el anhelo de Sánchez de dormir en la Moncloa, así fuese durante
un par de meses, a pesar de su intención, hasta entonces no revelada, de
convertirse en huésped fijo durante al menos el resto de la legislatura. Tras
el cumplimiento de ese anhelo perentorio, el cuento de hadas empieza a
desfigurarse, y la primera pesadilla le viene de Cataluña, con el grueso de sus
dirigentes dispuestos a dialogar con el gobierno central en unos términos
inmejorables: “O nuestra independencia o tu gobierno”.
Por
su parte, la elección de Casado como presidente del PP no deja de resultar
coherente con la pintoresca trayectoria de ese partido: sentar en la poltrona
suprema a alguien que muy posiblemente tendrá que sentarse en un banquillo
judicial para dar explicaciones sobre su fulgurante expediente académico. Ni
siquiera el precedente Cifuentes parece haberles servido no ya de escarmiento,
sino ni siquiera de advertencia. Lo que se dice un espíritu aventurero, cuando
no temerario.
Y
en esas andamos: en la política de la fragilidad. En unas expectativas sociales
sostenidas por unos discursos estratégicos. En una coyuntura en que todo suena,
como decía, a música de violines, pero en que ya se oyen, no muy lejanos, los
tambores de guerra.
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