Las informaciones que nos ofrecen
al respecto son imprecisas, en especial en lo que se refiere a los detalles, en
los que suele esconderse la esencia trascendental de los hechos intrascendentes, pero
el asunto resulta escalofriante se mire por donde se mire, e incluso si se mira
a bulto: en un pueblo de cuyo nombre no voy a acordarme han detenido a una
señora por estafa. “¿Y qué tiene eso de especial en un país en que los
estafadores son una enseña patriótica?”, se preguntarán ustedes. Pues que la
estafa practicada por esa señora no consistía en otra cosa que en ofertar por
Internet carritos decorados con kilos y kilos de chuches, con el reclamo
tentador de animar a lo grande las celebraciones infantiles, partiendo sin duda
de algún estudio de mercado que ratifique la sospecha generalizada de que la
agenda social de nuestros pequeños puede equipararse a la de las principales
casas reales europeas.
“¿Y qué hay de malo en ofertar golosinas a través de la
red?” Pues lo cierto es que, dejando al margen el criterio de los odontólogos,
nada. El problema venía cuando, previo pago, le contrataban una carretada de
glucosa para alegrar un cumpleaños o una primera comunión, pues entonces el
asunto, en vez de endulzarse, se amargaba amargamente: las chucherías no
llegaban jamás, y cabe suponer que los progenitores estafados tenían que acudir
a un kiosco de guardia para surtirse de golosinas, por el riesgo de que los
niños, al verse privados de sus sustancias estimulantes, montaran una especie
de revolución francesa en el jardín.
No
quisiera invadir el territorio específico de la abogacía, pero creo que esta
señora tiene una línea de defensa muy clara: proclamarse una activista
anticaries. Transformar lo de la estafa colectiva, en fin, en un acto de
concienciación colectiva, con lo que no sólo saldría ganando su reputación como
ciudadana, sino que además respetaría al pie de la letra la pauta a la que
recurren nuestros políticos cuando los sorprenden con las manos en la masa o
con la masa entre las manos, ya que en cuestiones de corrupción el orden de los
factores no altera el producto.
Por
fortuna para la armonía social, muchos de nuestros gobernantes han conseguido
acostumbrarnos a que las prácticas corruptas formen parte de nuestra vida
cotidiana, y nunca podremos agradecerles lo suficiente el que amanezcamos con
la emoción de enterarnos de qué nueva aventura delictiva nos revelará la prensa
al poco de haber salido nosotros de la función surrealista de los sueños para
incorporarnos al teatro del absurdo de la realidad.
Tal
como están las cosas, la estafa de las chucherías parece un chiste, pero, desde
un punto de vista catastrofista, puede interpretarse como un signo
apocalíptico: si el crimen se extiende al ámbito de los gusanitos, de las
piruletas y de las gominolas, es que a nuestra civilización le quedan tres
días. Eso sí: la caries perderá poder entre la población infantil. Algo es
algo.
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1 comentario:
No hay que ser cabrón ni ná.
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