(Publicado en prensa)
Uno de los mayores sufrimientos
que padezco en mi día a día se deriva del hecho de que nuestros políticos estelares
no disfruten de unas vacaciones que merezcan ese nombre, lo que entra en
contradicción con el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Cierto que
algunos desaparecen del escenario durante una breve temporada veraniega para
disfrutar de la familia o similar, de la montaña o de la playa, lo que no es
impedimento para que sigan haciendo declaraciones contundentes desde su retiro
espiritual, sin duda porque el espíritu de un político profesionalizado tiene
mucho en común con un alma en pena: un ente que se resiste a la inexistencia y
a la invisibilidad.
Incluso
Puigdemont, que ha tenido la suerte de disfrutar de una larga estancia vacacional
en el extranjero, no ha logrado neutralizar esa zona de la mente en que se
activa la necesidad de gestionar una patria. Podría haberse dedicado a vivir
como un erasmus, pero no: prefirió vivir como Erasmo de Rotterdam, soportando
como un martirio heroico el acoso de los poderes malignos.
Creo
que al Jefe del Estado habría que concederle la prerrogativa de agendar el
periodo vacacional de los miembros del Gobierno mediante la firma de un real
decreto por el cual tanto el presidente del gobierno como su consejo de
ministros se viesen en la obligación de tomarse un mes de estricto reposo al
año, sin dejarse ver ni, sobre todo, oír. Ya puestos, y siempre y cuando eso no
atente contra la libertad personal, y por supuesto con derecho a recurrir la
decisión en el plazo de diez días hábiles, podría asignarles destinos
concretos: el ministro de tal, a Benidorm; la ministra de cual, a Santa Cruz de
Tenerife, y así sucesivamente. ¿Y a los de la oposición? Reconozco que ese
asunto requeriría una regulación más compleja, pues resulta difícil mantener
callado a un opositor, dado que su negocio se sustenta en practicar la retórica
adversativa, tarea que suele iniciar en los programas radiofónicos del amanecer
y culminar en los de la madrugada. No obstante, y como mera experiencia piloto,
el jefe del Estado tal vez podría hacer coincidir las vacaciones de los
gobernantes con las de los opositores, para que nadie juegue con ventaja en la
extenuante pugna por llevar la razón.
Esa
medida no solo beneficiaría a los gobernantes y a los aspirantes a gobernar,
sino que también supondría un beneficio para la salud de la ciudadanía, que de
ese modo podríamos descansar de la tarea de despertarnos oyendo a los políticos
y de acostarnos oyendo a los mismos políticos decir las mismas cosas… o las
contrarias, según. En el desayuno, en el almuerzo, en la merienda y en la cena.
Sin tregua. Sin piedad.
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