lunes, 29 de enero de 2018

LA LEY

(Publicado el sábado en prensa)




Las leyes están muy bien cuando nos amparan, pero empiezan a ser molestas cuando tenemos que cumplirlas. No sé, te compras un coche que puede ponerse a 240 en unos segundos y, sin embargo, la ley te limita la velocidad máxima justo a la mitad, lo que viene a ser como si tuvieras medio coche: medio motor activo y medio motor en actitud budista, viviendo parasitariamente del esfuerzo del otro medio, como hacemos los andaluces con los catalanes, pongamos por caso. Aun así, y con el propósito de aplicar un parámetro laboral igualitario a ambas mitades del motor de tu coche, hay tramos en que lo pones al tope de su capacidad, pues no hay cupo de poder que uno no termine ejerciendo tarde o temprano. Sabes de sobra que estás saltándote la ley con todas las de la ley, pero te convences de que es por una buena causa, así sea más personal que colectiva, y que además acaba resultando una causa óptima si no te pillan los guardianes de la ley, que suelen llevar mal las interpretaciones privadas que los ciudadanos hacemos de las leyes comunes. 

            Esto de las leyes es asunto complejo y espinoso, ya que puede darse el caso de que sean los legisladores quienes las incumplan con más desparpajo y alegría, sin duda por aversión a ese aspecto penitencial que conlleva cualquier tipo de obligación. Bien está, en fin, que uno se invente unas leyes, pero de ahí a tener que respetarlas hay la misma diferencia que entre asar un pavo y ser un pavo, pues muy pavo hay que ser para aplicarte las normas que tú mismo te has sacado del caletre en unas extenuantes comisiones parlamentarias. De ahí tal vez esa cara de estupefacción que se les queda a los políticos cuando el peso de la ley cae sobre ellos, cosa que, por fortuna, suele ocurrir con la frecuencia de los eclipses lunares. Se diría que no dan crédito a lo que les pasa. Sospecharía uno, en suma, por su grado de indignación, que les supone un contratiempo emocional parecido al que supondría el Armagedón para el resto de la gente. Y es que, como decía, las leyes tienen ese lado molesto. Y no digamos cuando la ley manda antipáticamente a un político a ese sitio tan populachero que es la trena, ya sea por hacer caja negra o por asuntos de psicodelia identitaria. Ahí ya pierden la noción de la realidad y caen en una desolación profunda, y con razón, pues a nadie le gusta legislar para acabar siendo legislado.

            Cuando un político pisa la cárcel, un estremecimiento recorre las células del tejido social, por esa empatía espontánea que nos suscitan nuestros gobernantes. Si estuviera en nuestra mano, les mandaríamos cada tarde un bizcocho –incluso con una lima dentro Si por nosotros fuera, les aplicaríamos la Ley General de Amnistía, que es el mejor antídoto contra la ley, ese invento –insisto- tan molesto. Tan inoportuno. Tan… legal. 

.

domingo, 28 de enero de 2018

Leo en el diario de los hermanos Goncourt: "Un libro nunca es una obra maestra, sino que se transforma en tal. El genio es el talento de alguien que ya ha muerto".

(De modo que prudencia con los contemporáneos: no vayamos a matarlos antes de tiempo concediéndoles el rango de genio en vida.)
.

viernes, 26 de enero de 2018

(Y me pregunto yo, por mero preguntar: ¿hay algún motivo para que Mario Conde y Francisco Camps tengan los mismos andares, esos andares de vacilón que entra en una whiskería a las 2 de la mañana con un cupón premiado de la ONCE en el bolsillo?)

.
Hoy, en la revista ZENDA, unos fragmentos del epílogo:
https://www.zendalibros.com/como-me-encontre-con-walter-arias/


miércoles, 24 de enero de 2018

(Esto salió el sábado en EL PAÍS, en las páginas de BABELIA.)


domingo, 14 de enero de 2018

EL BOTAFUMEIRO



(Publicado ayer en prensa)

La noticia es falsa, como muchas de las que circulan por ahí, pero démosla, como experimento, por verdadera: el pasado 6 de enero, dos monaguillos de la catedral de Santiago de Compostela tuvieron una ocurrencia diabólica, que es tal vez el tipo de ocurrencia que menos conviene a un monaguillo. La ocurrencia no fue otra que la de llenar el botafumeiro de marihuana, como si, en vez de una misa para celebrar la Epifanía del Señor, aquello fuese una fiesta hippie para celebrar la llegada de la primavera. Según la confesión de los acólitos, el propósito de la broma no era otro que el de hechizar a los feligreses con la fumarola de la risa, cuando de sobra es sabido que la gente suele acudir a los templos con un ánimo menos festivo que penitencial, y desde luego no entra en las expectativas de nadie el ir a misa para salir de allí no con el espíritu reconfortado, sino con un bolillón como los que pillaba el difunto Bob Marley. 

            Los monaguillos pasaron la noche en el cuartelillo, puesto que la justicia humana suele ser menos benévola que la divina, pregonera del perdón, al menos desde el Antiguo Testamento para acá, una vez descartado el recurso a las plagas de Egipto y a ese tipo de actuaciones efectistas. Por suerte para los detenidos, ya gozan de libertad sin cargos, aunque han sido destituidos como monaguillos catedralicios, lo que no quiere decir que vayan a iniciar una carrera como traficantes de maría en el ámbito eclesiástico, dado lo traumático de su experiencia piloto. Será incierto el futuro de los dos monaguillos santiagueros, y a obispos está claro que ya no llegan, pero cabe suponer que el santo apóstol velará por ellos, al menos mientras le dure el efecto risueño del humo anómalo, que tanto convida a la empatía. 

            Bien, según avisé, todo esto es mentira, pero, forzando un poco los paralelismos, podríamos suponer que España en pleno está bajo los efectos de un botafumeiro narcótico, pues de otro modo no se explica el ambiente de alucinación que se percibe no sólo en las actuaciones del gremio político, sino también en la vida ordinaria de la gente, que tampoco vamos mal en cuanto a colocones ideológicos y morales. Te levantas, pones la radio y la realidad te vuelca en el entendimiento su cornucopia de  irrealidades difíciles de entender, y te dices: “El botafumeiro”. Porque sólo el humo mágico de un botafumeiro profanado puede explicar lo inexplicable, y te preguntas, un poco a la manera de los filósofos presocráticos: “¿Hasta qué punto puede soportar la realidad esta mecánica de irrealidad?”, y te respondes, un poco a la manera de los filósofos racionalistas: “Hasta que deje de balancearse el botafumeiro”.

            Porque la clave está ahí, en el botafumeiro con marihuana que recorre el país de norte a sur y de este a oeste, provocándonos una risa floja, porque vamos puestos hasta las cejas. Como monaguillos traviesos. Como noticias falsas de nosotros mismos.

.

martes, 9 de enero de 2018