viernes, 21 de julio de 2017

JOAQUÍN SÁENZ


Anoche murió el pintor sevillano Joaquín Sáenz.
Llevaba muchos años ciego, consumiéndose. 
Esto que sigue lo escribí en 1988 para el catálogo de una exposición suya. Le hizo mucha gracia -y lo recordaba décadas después, como una broma recurrente- lo de visir de Samarcanda.
Muchos recuerdos de repente, en desorden. Mucha tristeza.


JOAQUIN SAENZ: LA PINTURA DEL TIEMPO FUGITIVO





     Joaquín Sáenz podría perfectamente ser un personaje huido de alguna novela de Stevenson, de Salgari o de Baroja. Podría ser -perfectamente- un pariente del príncipe Florian -trasunto del rey Shahryar- venido de Samarcanda con provisión de esclavos enjoyados, con caballos piafantes, con camellos guarnecidos de gala, para vivir en Sevilla de incógnito, disfrazado de pintor impresionista.

     Joaquín Sáenz podría ser el corsario implacable -la esmeralda en la frente- que levanta al cielo la media luna de su cimitarra, amenazando a los piratas frente a las costas de Turquía... o dirigiendo una partida de filibusteros en aguas de Jamaica, según.


     Joaquín Sáenz podría ser el conspirador decimonónico que blasfema y que amenaza al rey en cafetines sombríos, dando un zapatazo en el suelo recubierto de serrín, ante la mirada desfallecida y turbia de los marineros borrachos de mar y de ron, esas dos cosas líquidas y bravías.


     Todo esto podría ser Joaquín Sáenz si lo deseara.



Algún día, además, se conocerá su labor de agitador en los sótanos de su imprenta de la calle San Eloy, donde suponemos que estampa, en el silencio de la madrugada cómplice, libelos de  esmerada tipografía -y su silueta de corsario proyectada en la pared por el farolillo de gas, como una sombra expresionista. 
   
   Algún día se sabrá que, desde hace años, tiene prisionero en esos sótanos a un pintor japonés que, bajo tortura, le revela los secretos de la luz sobre las aguas, sobre los árboles, el secreto de la luz sobre sí misma.


     Los cuadros de este pintor de personalidad plural -visir de Samarcanda paseando por Triana, corsario beligerante de Turquía pintando el Guadalquivir, conspirador decimonónico con terno de lino colonial-, los cuadros de Joaquín Sáenz, decía, no representan esencialmente paisajes, sino que parecen más bien el paisaje invisible del tiempo fugitivo. Una elegía: la luz con el tiempo dentro.




     Joaquín Sáenz, entre todos los destinos que se le han ofrecido, ha escogido el de testigo silencioso de la hermosura pasajera, de la frágil luz, de las aguas que son metáfora del tiempo huyente, y ha hecho eternas en nuestra memoria esa hermosura, esa luz, esas aguas. En su pintura del tiempo fugitivo.




                                                                                 (1988)

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martes, 11 de julio de 2017

EL LÍO

(Publicado el sábado en la prensa)



En circunstancias normales, Puigdemont y Junqueras, lejos de ser socios fraternos y acríticos entre sí, serían enemigos inconciliables, pero, aunque les separa todo, les une, en esta coyuntura anómala, una fantasía suprema: la patria común. Ya es milagroso que dos personas difieran en la interpretación de todas y cada una de las realidades prácticas y se armonicen en cambio en el territorio de las entelequias, y no queda sino felicitarlos por su capacidad para concertarse en el simulacro de un proceso independentista ejercido al unísono desde posiciones ideológicas del todo incompatibles.


            El defecto de las revoluciones es que lo mismo derivan en un drama épico que en un vodevil, y la deriva del independentismo catalán -aparte de las actuaciones estelares de Puigdemont y Junqueras, que vienen a ser el Laurel y el Hardy de la película- cuenta a estas alturas con aportaciones cómicas tan brillantes como la del alcalde socialista de Blanes, nacido por error en la Alpujarra granadina, que hace unos días saltó espontáneamente al escenario y comparó Cataluña con Dinamarca y el resto de España con el Magreb. Es curioso: algunos musulmanes europeos de segunda generación tienden al yihaidismo y a la desafección por su tierra natal; este charnego, en cambio, agradecido con su patria de acogida, ve musulmanes en cuanto traspasa la frontera natural e histórica que separa Tarragona de Teruel, pongamos por caso. (A la espera quedo de leer el libro que recopile los discursos de este alcalde esclarecido, porque su cosmovisión promete grandes revelaciones.) 

            Y es que quien se considera distinto se considera en realidad superior: la “diferencia” como eufemismo. Un eufemismo que por supuesto admite una aplicación interna entre los habitantes de los territorios supuestamente diferenciados: el patriota verdadero frente al ciudadano antipatriótico, porque está visto que en esta vida nada se escapa de los inconvenientes jerárquicos.


            El reto del referendo independentista aspira a presentarse como un derecho democrático tan inaplazable como inapelable, cuando en realidad, tal como está planteado, implica la perversión no sólo de la democracia, sino también de las matemáticas: en el supuesto de que en la consulta sólo participasen cuatro catalanes y dos de ellos votaran sí a la independencia, uno en contra y otro en blanco, las cuatro provincias catalanas se levantarían al día siguiente en una república emancipada y legitimada por una mayoría no digamos que aplastante, pero sí al menos aplastadora. Y es que, según qué casos, la democracia sirve incluso para subvertir la democracia.


            En medio de todo esto, Pedro Sánchez -que ha demostrado de sobra su afición por el mando, pero que aún tiene pendiente la demostración pública de su capacidad intelectual- insiste en el resbaladizo concepto de “plurinación”, con un criterio parecido al que divide en secciones un supermercado, aunque salvaguardando la entidad metafísica de “supermercado” -de “nación”, quise decir- como una unidad diversificada. (¿?)


            ¿Tienen derecho los catalanes a la secesión? Exactamente el mismo que cualquier otro territorio del estado; es decir, de momento ninguno. Lo que no creo que merezcan es esta pantomima grotesca ideada por una derecha oligárquica en alianza con una izquierda practicante del marxismo-telurismo. Porque a ver si en vez de como Dinamarca, aquello acaba como una Corea del Norte en versión andorrana.



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