Algo notaba uno, aunque a niveles de mera aprensión. Un grupo de científicos de la University College de Londres ha venido a confirmarlo con la implacabilidad con que la ciencia convierte en certidumbre las sospechas peores: “El otoño del cerebro empieza los 45 años”. A partir de esa edad, según dicen, perdemos un 3,6% de capacidad de razonamiento. Menos mal que la noticia le coge a uno con esa disminución del 3,6%, porque, de estar al 100%, acabaría tirándose por la ventana o, como poco, con el bote de los ansiolíticos vacío. Un 3,6% es poca rebaja para un abrigo de caballero o de señora, pero es mucho descuento para una cabeza.
Llega el otoño del cerebro y el entendimiento se te llena de hojarasca, como si fuese un parque melancólico y envuelto en niebla. Se pone uno a escribir un artículo como este y, de pronto, nota dentro de la cabeza el crujido de las hojas secas al ser pisadas, la frialdad de un viento irrazonable, anunciador de lluvia y de inestabilidades un poco más abstractas. Intentas sacarte un adjetivo contundente de la manga y lo único que sacas es una hoja seca y amarilla. Procuras extraer una frase brillante de tu chistera y lo único que sacas es un conejo disecado. Está uno, en fin, al 96,4% de su antigua capacidad, y eso se nota, qué duda cabe, como se nota una subida del IRPF, del IVA o del IPC, así sea en porcentajes de apariencia irrelevante. Intentas restar ese 3,6% al 100% y casi tienes que recurrir ya a la calculadora.
Cuando pierdes ese 3,6% te conviene ser prudente: hablar lo menos posible, anotar cuanto tengas la obligación de recordar, recurrir a frases hechas para evitar la invención de frases, soslayar las opiniones, evitar los pagos en efectivo para no hacerte un lío con las monedas y billetes… Porque tienes un otoño dentro, un otoño en el que tus ideas empiezan a parecer una hojarasca reseca y errante, sin rumbo ni fijeza, sin asiento completo en la realidad. Has perdido un 3,6% de tu clarividencia para afrontar los enigmas metafísicos y para repasar la lista de la compra, has perdido un 3,6% de tu agilidad para resolver crucigramas o logaritmos vulgares, que siempre resultan ser menos vulgares de como los pintan. Si por cualquier circunstancia extravagante tuvieras que volver al colegio, tus notas estarían un 3,6% por debajo de la media de los niños en edad escolar.
Los científicos que han llegado a esta conclusión, tan aterradora como las del doctor Mabuse o el doctor Caligari, deben de ser jóvenes, porque la capacidad de investigación se resiente a la edad que ya sabemos. Aunque también nos queda el consuelo de que se trate de personas mayores de 45 y se hayan equivocado en un 3,6% en sus conclusiones. Quién sabe. Lo que no me explico es cómo, con mi merma a cuestas, he logrado llegar, aunque extenuado, a este punto final.
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