Todo suele ser cuestión de tenacidad.
Si nuestro país, por la razón que sea, necesitaba los restos de Cervantes,
podíamos dar por hecho que los huesos de Cervantes acabarían apareciendo, ya que
en España hemos perdido muchos vestigios históricos, pero huesos poquísimos:
tenemos las cunetas sembrados de ellos, hasta el punto de que si los huesos
arborecieran, nuestros campos se convertirían en bosques frondosos del árbol
del hueso. En el proceso de búsqueda, hemos padecido incertidumbres e incluso
desánimos, hallazgos de resultado decepcionante, pero, al final, ahí los
tenemos. Los huesos. Los de Cervantes, que han sido tan trabajosos de hallar
como lo serían no ya los de Alonso Fernández de Avellaneda, sino incluso los de
Amadís de Gaula.
Ha
sido un triunfo indiscutible para los investigadores encargados de la búsqueda
y un triunfo colateral para los políticos que se la encomendaron, ya que los
políticos suelen ser triunfalistas por naturaleza y no pierden la ocasión de
triunfar, así sea mediante osamenta ajena. Se espera, además, que, una vez
depositados los restos en un túmulo adecuado, el asunto ascienda a triunfo
turístico, pues parece natural que el convento madrileño de las descalzas se
convierta en destino de peregrinación de los millones de cervantistas que se
diseminan por el mundo, al igual que la momia de Lenin lo ha sido para los
leninistas de todo el orbe.
Ahora bien, si
en el Vaticano se conserva un estornudo embotellado del Espíritu Santo, lo
bueno sería que nuestros investigadores, para competir en prodigios, descubrieran
el esqueleto del gigante Caraculiambro, señor de la isla Malindrania, a quien
venció en disputa singular el jamás como se debe alabado caballero don Quijote
de la Mancha. Pero,
comoquiera que vienen elecciones, a nadie le cabe duda de que todo se andará.
Los
huesos venerables de Cervantes van a ser pocos, por andar muy desperdigados,
según parece, aunque suficientes para los fines turísticos que han motivado en
buena parte su búsqueda, y contamos además con el consuelo de que si bien los
británicos han tenido siempre localizado el esqueleto completo de Shakespeare,
nosotros sabemos más de la vida de Cervantes que ellos de la de su genio
nacional, de quien no obstante se escriben biografías que, a lo largo de 800 o
900 páginas, nos informan minuciosamente de todo cuanto se ignora sobre él.
En
el plano de la sugerencia, tal vez podría encargarse a un equipo de científicos
el desvelamiento de la fórmula del bálsamo de Fierabrás, que, una vez
homologado por el Ministerio de Sanidad como apto para el consumo de quienes no
hayan sido recibidos en la orden de la caballería andante, no sólo tendría una
buena salida entre los turistas de pies cansados que visiten la futura cripta,
sino que además resolvería la papeleta presupuestaria al citado ministerio, por
servir esa poción para dolencias muy diversas.
Aparte
de eso, el ayuntamiento de Arganda del Rey, por boca de su concejal de cultura,
reclama para esa villa el ser la cuna verdadera de Cervantes. De modo que el
entretenimiento, como quien dice, no ha hecho más que empezar.
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