Los alegres hedonistas ensalzan el ocio, como no hace falta ni decir. Los severos moralistas, en cambio, lo censuran y condenan. Ambos, al fin y al cabo, por el mismo motivo: porque el ocio es fuente potencial de placer, y hay quien ve placer en el placer y hay quien ve en el placer un peligro para la pureza del alma, que ya son ganas de ver cosas invisibles.
Sea como sea, el caso es que ayer tenía yo el espíritu ocioso, alejado de ocupaciones y de preocupaciones, flotante en el mismísimo nirvana, como quien dice, y me dio por pensar en el primer ser humano que se comió una alcachofa.
Después de un rato dedicado a pensar en esa circunstancia escalofriante, acabé casi temblando, si les soy sincero: muy desesperado debía de estar aquel lejano antepasado nuestro para ver una alcachofa y llegar a la conclusión de que aquello podía ser comestible, porque lo cierto es que, así al pronto, una alcachofa se parece un poco al casco de un power-ranger, y nadie se traga eso, ni siquiera los niños, que son fakires natos, aficionados a tragarse todo, en especial lo que no debieran, porque con los potitos hay veces en que se ponen rebeldes.
Comerse una alcachofa cruda, cielo santo: con esas hojas duras y punzantes, con ese aspecto de granada de mano paleolítica, con esa tonalidad de verde militar… Cosa distinta es que aquel antepasado nuestro se hubiese encontrado –por la vía del milagro divino, no sé- una olla con un guiso humeante de alcachofas con chícharos, porque eso está muy bueno, o que se hubiese topado con un lago repleto de corazones flotantes de alcachofas, llevadas allí por el azar o por un vendaval antediluviano, pero ¿una alcachofa cruda?
Y así, en fin, pasé el rato, con un nudo alcachofero en la garganta, como si tuviese una alcachofa de diez centímetros de diámetro atascada en la traquea, en actitud solidaria con el pionero de la ingestión de alcachofas, que tiene un mérito.
Como el pensamiento ocioso es derivativo y errabundo, al rato estaba pensando yo en el primer humano que vio una vaca y decidió devorarla. (Allí, en pleno campo prehistórico, sin cuchillos adecuados, desperdiciando sin duda el solomillo, ignorante del arte de la salazón, etcétera.) Hay algo terrible en eso, ¿no? Ver una vaca pastando en paz y ponerte a segregar jugos gástricos, y acabar matando la vaca. Hoy vemos una vaca y no vemos propiamente una vaca, sino más bien una humeante parrilla argentina, porque una vaca es ya para nosotros un referente cultural de orden culinario, pero, allá en el amanecer de las civilizaciones, había que ser un genio para ver una vaca prehistorica y adivinar que de aquel animal de aspecto melancólico podían obtenerse chuletas, costillas, entrecots al punto, solomillos a la pimienta y huesos para el puchero.
En definitiva: no sé si el ocio resulta favorable o perjudicial, pero el caso es que pasé una mala tarde, pensando en disparates y vainerías, que es de lo que se trata a fin de cuentas, porque el disparate nos exime de comprender la realidad, en el caso de que la realidad pueda ser comprensible, extremo del que me permito dudar con la conciencia muy tranquila.
A causa de esas meditaciones antropológicas, me entró hambre, así que fui a la cocina, abrí una cerveza y me preparé un pincho de tortilla. Hasta que me dio por pensar en la angustia que debe de suponer para las gallinas el hecho de poner un huevo. Y allí se quedó el pincho de tortilla. Y ya veremos en qué acaba todo este lío.
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6 comentarios:
No sabe cuánto le agradezco que se complique tanto la vida con semejantes reflexiones. Me divierte mucho y, además, hace que no me sienta tan rara.
Pues sí que pensamos.
¡ Si supieras cómo hacen la cerveza, la habrías dejado en la encimera !
Un saludo.
Gracias por los comentarios.
No quisiera yo herir sensibilidades ni crear polémica pero a mi se me ocurren cosas parecidas cuando me fumo algún porrete.
De cualquier modo, ¡divertido!.
Un saludo.
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Pues cuando a mí me da por pensar en esas cosas, que también me sucede, no paso una mala tarde, sino buena: es una fuente de ocio placentero, y supongo que escribirlo en el blog te habrá resultado de lo más gratificante, como a nosotros leerlo.
De la entrada, me quedo con tu duda de que la realidad pueda ser comprensible. Yo estoy convencido de que no, si es que uno puede estar convencido de algo, y en cualquier caso siempre sujeto a la posibilidad de equivocarme en mi convencimiento.
Un saludo, ya dejé Rota.
Me descuajeringo de la risa (siempre quise escribir esto desde que lo leí de niño en un tebeo de Mortadelo y Filemón). Un abrazo de admiración, maestro. Y espero que no acabe todo en una huelga de hambre.
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